Se sirvió una sopa de pan. -Ah -dijo Herr Rat,
echándose sobre la mesa para mirar dentro de la sopera-, esto es lo que
necesito. Mi "magen" ha estado un poco descompuesto desde hace varios
días. ¡Sopa de pan y en su punto! Yo mismo soy un buen cocinero -se
volvió hacia mí.
-Qué interesante -dije, tratando de infundir a mi voz el
entusiasmo adecuado.
-Sí, sí... cuando uno no está casado es
necesario. Yo, aquí donde me ve, he tenido todo lo que he querido de las
mujeres sin recurrir al matrimonio-. Metió la punta de la servilleta
dentro del cuello de su camisa y sopló sobre la sopa al hablar: -A eso de
las nueve me preparó un desayuno inglés, pero no gran cantidad.
Cuatro rebanadas de pan, dos huevos, dos tajadas de jamón frío, un
plato de sopa, dos tazas de té... Eso no es nada para ustedes.
Afirmó el hecho con tal vehemencia que no tuve el coraje
de refutarlo.
De pronto todas las miradas se volvieron hacia mí.
Sentí que llevaba sobre mis hombros el peso del absurdo desayuno de una
nación... Yo, que tomaba apenas una taza de café mientras me
abrochaba la blusa por las mañanas.
-Nada en absoluto -exclamó Herr Hoffmann de
Berlín-. Ach, cuando estaba en Inglaterra sí que solía
comer por las mañanas.