Los treinta números de Poesía Buenos Aires (1950-1960) enmarcan, y en buena medida determinan, el segundo movimiento vanguardista que en el siglo veinte tiene la poesía argentina en la década del cincuenta, al fundir las mejores propuestas del surrealismo y el invencionismo. Raúl G. Aguirre, Edgar Bayley, Francisco Urondo, Rodolfo Alonso, y otros, que hacen de la revista vehículo de sus propuestas poéticas y de sus poemas, representan solo una de las líneas de la década. Concepciones neorrománticas y neohumanistas pueden servir de base para vertebrar la obra de Alfredo Veiravé, César Fernández Moreno o Joaquín Gianuzzi, así como la producción de José Isaacson, Horacio Armani o de Mario J. de Lellis, aunque con la sola mención de estos nombres comienzan a recortarse las diferencias, y las divergencias, de inspiración y recuerdos, de ritmos y de lenguajes. Esta diversidad sustenta por cierto la riqueza poética de la década, a su vez expresión de una madurez definitiva ya para la poesía argentina.
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