El contenido de este "trabajo", "reflexión" o como
quiera denominarse a lo que sigue a continuación, está realizado
desde una experiencia de fe, tal y como la define el Catecismo de la Iglesia
Católica en su artículo 150 y ss (la fe es una adhesión
personal del hombre de Dios; es al mismo tiempo, e inseparablemente, el
asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado).
En otras palabras, en ningún caso está mi intención
realizar una exégesis del Evangelio, ni mucho menos una
interpretación historicista del mismo. Ni mi capacidad, ni mis
conocimientos me lo permitirían. Pero tampoco está en mi voluntad
tal cometido.
Mi enfrentamiento con el Evangelio lo realizo desde la sentencia contenida en
el Catecismo de la Iglesia Católica en su artículo 81: La Sagrada
Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo.
Ello, por convencimiento, no porque lo diga el Catecismo. Desde mi libertad y
mediante la interiorización de las verdades contenidas en la
Escritura.
Qué duda cabe que el Evangelio, tomado como cuerpo cierto y completo,
no solamente como estilo literario, pero también, y muy especialmente, el
A. T., contienen errores históricos de bulto (cronológicos,
políticos, sociales, costumbristas, etc.), pero ello no invalidan el
carácter de la Biblia como Libro de libros y medio para la
Revelación de Dios al hombre a través de la historia.
Por ello, a lo largo de mi "trabajo" procuraré
ceñirme a lo que a mí, desde mi propia experiencia existencial, me
dice el texto evangélico, procurando evitar la exégesis y la
investigación histórica, aunque, a veces, será imposible
soslayar estas actuaciones.
No soy tan ingenuo como para pensar que el Evangelio de Jesucristo (en
cualquiera de sus cuatro redacciones) contiene exactamente los dichos y acciones
de Jesús con literalidad mecanicista. A través de la abundante
documentación consultada he podido constatar que ésto no
sólo no es asé, sino que, en su mayor parte, es muy probable que
las redacciones evangélicas, fruto de la transcripción de
tradiciones orales de los seguidores de la Iglesia primitiva, contengan
perícopas, dichos y acciones atribuidas a Jesús que, realmente,
corresponden a aportaciones de los propios redactores evangélicos e,
incluso, "añadidos" muy tardíos (del siglo II o
posteriores).
Sin embargo, esta inexactitud histórica no priva al Evangelio de
Jesucristo de su mensaje salvífico y de su inspiración espiritual.
Tampoco minora mi creencia de que estos textos, aunque no contengan literalmente
las palabras de Jesús de Nazareth, sí contienen su
enseñanza y doctrina. Por lo tanto, y a pesar de ello, seguirá
siendo "la Palabra de Dios" y sobre ella asiento mi fe, no sobre la
exactitud empírica de su contenido (ya sea en sus versiones griegas,
arameas o cualquiera de las lenguas en que nos llegue el mensaje de Cristo).
Cuando nos enfrentamos a la lectura de cuatro textos, con cuatro autores
diferentes, como son los evangelios que vamos a examinar a continuación,
y vemos que relatan un mismo acontecimiento en forma dispar, la pregunta es
obvia: ¿por qué ante un mismo hecho o circunstancia, los
evangelistas redactan sus textos de forma, no sólo diferente, sino que,
en ocasiones, hasta divergente?, ¿es que no perciben el mismo hecho?.
Hagamos una primera precisión. La época histórica y
sociológica en que se redactan los evangelios es bien diferente de la que
vivimos. Hoy nos preocupa, del hecho que se nos narre, no sólo el hecho
en sí, sino también, y de forma unida indefectiblemente, sus
circunstancias (fecha, cronología, desarrollo ordenado de
acontecimientos, etc.).
No es el caso, ni de los evangelistas, ni de su cultura, ni de su audiencia.
No es el hecho histórico, tomado tal cual lo concebimos hoy, lo que les
preocupa, sino el trasfondo que le acompaña, lo que les preocupa.
Vamos a dejar bien sentada una premisa. Si bien todos los evangelistas tienen
un propósito común: propagar la Buena Noticia de la
Redención y reconciliación de la humanidad con el Padre, en el
Hijo, a través del Espíritu, cada uno lo hace desde una base
cultural diferente, hacia un auditorio distinto y utilizando fuentes, a veces
coincidentes y otras veces no.
Vayamos por orden, al menos cronológico.
Marcos escribe en Roma, para los judíos del ombligo del mundo de la
época, de la mano de Pedro. Podría decirse que el Evangelio de
Marcos es realmente el Evangelio de Pedro. Pedro es, posiblemente, el más
conservador de los apóstoles, y al que más le costó romper
con el judaísmo oficial. Por ello su evangelio, que es el primero en
escribirse, contiene un mensaje menos incisivo que los de Mateo y Lucas para con
la sociedad judía; y nos presenta la obra de Jesús de forma
más aséptica, dejando al lector la respuesta a la pregunta
esencial: ¿quién es Jesús?, aunque él mismo, al
comienzo de su evangelio, aporta su propia respuesta (Principio del evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios).
Mateo (Leví), es uno de los 12 elegidos por Cristo. Escribe desde
Israel y para los judíos (en arameo), publicano en Cafarnaún y de
formación helenística. Es el más combativo de todos los
evangelistas para con la sociedad judía de la época.
Su evangelio se apoya constantemente en citas, cuasi literales, del A. T.
para demostrar que en Cristo se dan todas las profecías anteriores sobre
el Mecías, circunstancia que él da por sentado como base de su
evangelio. No se ocupa de describir o justificar tradiciones sociales o
religiosas, sino que intenta aprovechar éstas para sus fines
apologéticos.
Lucas es un médico originario de Antioquía. Su origen pagano y
su cercanía a Pablo nos ofrecen un evangelio más descriptivo y
pormenorizado, antropológicamente hablando. La influencia de Pablo, y los
destinatarios originales de sus escritos (judíos de cultura helena y
gentiles), hacen de sus textos una narración más universalista.
Posiblemente es el evangelio más católico de todos (en la
acepción literal: católico = universal). El Reino de Dios
está abierto para todos, sin exclusiones.
El Evangelio de Jesucristo según San Juan es el más
teológico y de contenido catequético de los cuatro. Quizá
porque probablemente fue el último en ser redactado y en unas
circunstancias especiales (prisión o destierro del evangelista) y
probablemente porque sus fuentes no son las mismas que las de los
sinópticos.
La utilización de los textos de las escrituras por los evangelistas,
no es, sin embargo, una exclusividad de Mateo. Todos ellos, en mayor o menor
medida, apoyan sus afirmaciones y calificaciones sobre Cristo en textos
anteriores. Es su forma de ratificar su experiencia de fe y de expandir la Buena
Noticia con apoyo documental, como diríamos en nuestros tiempos.
Este estilo argumental debemos razonarlo en dos vertientes: por un lado para
rebatir los argumentos de los escribas, fariseos y saduceos acerca de la
falsedad de Jesús como Mesías; y, por otro, para reafirmar sus
propias creencias y las de sus discípulos.
No debemos perder de vista que los evangelios se redactan entre los
años 70 y 100 de nuestra era, en momentos críticos para el
nacimiento de la nueva Iglesia y con un colectivo sometido a persecuciones y
controversias con la religión oficial judía.
No olvidemos tampoco que el cristianismo no es identificado como algo
desgajado del judaísmo hasta algún tiempo después, ya que
en sus orígenes, era una secta marginal dentro del judaísmo.
Tampoco debemos obviar que Jesús no escribió, ni mandó
escribir, ningún texto acerca de sus enseñanzas y doctrinas (al
menos que nos haya llegado hasta nosotros). Por lo tanto, los evangelios los
escriben dos apóstoles que convivieron con Él en su etapa de
predicación (Mateo y Juan), un discípulo ayudante de Pedro
(Marcos) y un médico, discípulo de Pablo (Lucas) con un
propósito catequético y de divulgación, junto con un
trasfondo proselitista.
Si bien Mateo y Juan vivieron, de primera mano, la vida pública de
Cristo, el momento espiritual de sus vivencias con Él tampoco era el
más apropiado para acometer una explicitación escrita de las
mismas. Fue bastantes años después de la Ascención, que
optaron por la transcripción escrita de sus recuerdos y percepciones
junto a Jesús de Nazareth.
El caso de Lucas y marcos es semejante entre ellos y diferente de los
anteriores. Ninguno de los dos conoció a Jesús.
Redactan sus escritos por los relatos de quienes les rodean.
La semejanza de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas ha dado origen a la
teoría de un "quinto" evangelio nunca encontrado: la fuente
"Q" (del alemán Quelle = fuente), en el que se
inspirarían Mateo y Lucas. Y éstos, a su vez, también beben
de la fuente del evangelio de Marcos. Sin embargo, con ser semejantes, estos
tres evangelios mantienen diferencias, no sólo de matiz, sino
cronológicas y, especialmente de estilo e intenciones. Tendríamos,
por lo tanto, cinco fuentes evangélicas: Q, Marcos, fuentes propias de
Mateo, fuentes propias de Lucas y fuentes propias de Juan.
Los evangelios no son, en ningún caso, una biografía de
Jesús de Nazaret. Nunca fueron redactados con esa intención.
Hoy por hoy, aún no se ha escrito una biografía de Cristo
porque, además de carecer de datos biográficos fiables, su figura
trasciende el personaje histórico. jesús no es un nuevo profeta,
no es solamente un hombre bueno y justo, tampoco es el fundador de una nueva
religión (en todo el evangelio jamás encontraremos una sola frase
de Cristo en ese sentido).
Jesús, para los que seguimos, valoramos y creemos en su
predicación y enseñanza, como dice Marcos al comienzo de su texto,
es EL HIJO DE DIOS. Por lo tanto, su paso por la tierra no puede restringirse
solamente a una fría relación cronológica de hechos, datos,
fechas, cifras y crónicas. Lo que emana de Jesús es un Nuevo
Orden, no sólo social, sino inter relacional e integral del hombre
consigo mismo, con sus semejantes y, especialmente, con Dios (Padre). Que los
hechos relatados por los cuatro evangelistas no se ajusten exactamente al
acontecer histórico, que se muestren diferencias entre uno y otro relato,
carecen de importancia si evaluamos el evangelio en su conjunto y en
relación con los antecedentes que lo motivan, porque no debemos olvidar
que, en origen, el evangelio es judío y se apoya firmemente en la
tradición y cultura hebreas. Por lo tanto, la contemplación del
Nuevo Testamento (no sólo del evangelio, sino también del conjunto
de las epístolas de los apóstoles, el libro de los Hechos y el
Apocalípsis) de forma desgajada del Antiguo Testamento nos
conduciría a errores interpretativos importantes y a lagunas de
comprensión fundamentales. A la inversa, desde nuestras creencias, la
lectura aislada del A. T. nos dejaría una sensación de
inconclusión y provisionalidad.
A partir de estas "iniciaciones", vamos a intentar acometer una
reflexión global sobre EL EVANGELIO DE JESUCRISTO bajo los siguientes
parámetros de trabajo:
a).- No tengo interés doctrinal o proselitista alguno.
b).- Mi única intención es la de plasmar, por escrito, lo que
acude a mi mente cuando leo los pasajes evangélicos. Por lo tanto, las
interpretaciones que pueda transcribir son totalmente subjetivas.
c).- Mi intención es partir de una base de análisis
acrítica, pero, obviamente, desde una creencia católica, aunque
totalmente laica y libre de ataduras institucionales.
d).- Mi formación teológica y religiosa es
"elemental". Serán las reflexiones sencillas de un hombre
simple que se apasiona por descubrir, día a día, la presencia de
Jesús en cada acontecer.
e).- Apriorísticamente no tengo establecida ninguna reflexión
concreta sobre cada pasaje, aunque sí, lógicamente, sobre el
conjunto evangélico, por lo tanto, al día de hoy, desconozco
absolutamente lo que voy a escribir.
Si mis limitaciones , tanto formativas, como culturales, me llevan a alguna
apreciación que pueda resultar errónea conforme a los
cánones establecidos, lo siento, pero seguirán siendo MIS
apreciaciones, fruto exclusivo de mi pensamiento, aunque abierto a las
aportaciones que puedan incorporarse a mi escaso bagaje intelectual.
Sin embargo, si alguna de ellas puede resultar molesta o escandalizadora para
algún posible lector, vaya por delante mi disculpa. Jamás ha
estado, ni estará, en mi intención "violar" la
conciencia o creencia íntima de nadie.