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I
No le importaba esperar. Era la última vez que lo hacía. Al contrario, si no fuera por la ansiedad que lo mantenía tenso estaría disfrutando cada momento en ese lugar aborrecible. Su visita anterior había sido insoportable. El cansancio, sumado a la sensación de que se lo estaban haciendo a propósito, casi lo habían sacado de quicio. Pero hoy era distinto. Se sentía animado y curioso acerca de qué emociones percibiría a lo largo de las horas que le quedaban de espera.
De lo que estaba seguro era que no habría nada del tedio habitual. Recorrió con la mirada el pasillo tantas veces transitado. No le produjo ningún sentimiento. Mucho menos nostalgia. Sabía que no lo vería nunca más pero eso era irrelevante. Carecía absolutamente de importancia. Lo importante era lo que había venido a hacer. Después de mucho pensar, por fin tenía claro el mensaje.
El último trabajo que le había encomendado el jefe lo había dejado desolado y furioso. Una vez controlada la ira, tomó la decisión.
Sintió el peso de las armas bajo la ropa. Acomodó el portafolios a su lado y se relajó. Trataría de hacer memoria para pasar el rato.
Cuando volvió al pueblo después del crimen, se sintió vacío. El propósito que había tenido hasta entonces su existencia, había desaparecido. Sabía que debía marcharse. Sus planes al respecto continuaban vigentes, solo que por un tiempo se halló falto de fuerzas para encarar la nueva etapa. Al cabo, consiguió salir del letargo y viajó a Buenos Aires. El alboroto por la muerte se fue disipando con el correr del tiempo, como casi todas las cosas.
Una vez en la capital su vida cambió de perspectiva de manera radical. De a poco fue ingresando en el ritmo frenético desconocido para él hasta entonces. Fue difícil, pero lo consiguió y llegó a la meta que se había propuesto hacía unos años cuando masticaba sus planes al calor de la frontera.
Cuando se recibió, volvió a sentir el agobio de la falta de proyectos, pero gracias a la experiencia adquirida disolvió rápido esos pensamientos oscuros.
La esperanza en un futuro lleno de satisfacciones, grandes responsabilidades, de ascensos vertiginosos a niveles importantes y el obvio progreso social y económico, comenzaron a dominar su mente.
Hacía mucho tiempo escuchaba hablar de la empresa.
Su prestigio era notorio. A pesar de lo poco que se la conocía, en el ambiente al cual había accedido casi de casualidad se la nombraba con respeto, con temor tal vez. En voz baja, casi en susurros, se comentaban las últimas adquisiciones, fusiones, y demás negocios millonarios que todo el mundillo financiero envidiaba.
Su natural curiosidad lo hizo preguntar una y otra vez como podía hacer para llegar a conocer a alguien de relevancia y presentarle sus antecedentes, sin resultado alguno.
No solo era curiosidad, era también necesidad. Estaba recién recibido de Economista en una de las mejores universidades del país. Lo había logrado gracias a una beca a la que le costó terribles esfuerzos acceder. Años de privaciones en la Facultad para poder mantener el promedio que le permitiera conservarla, pagando de esa manera lo imprescindible. Lo consiguió y luego tuvo que esmerarse sin titubear para sostenerla, mientras hizo su especialidad en Finanzas Internacionales. El costo de estudiar allí era inaccesible para un muchacho con sus orígenes.
Además, sus ahorros, abultados al inicio de su aventura universitaria, se habían ido evaporando al ritmo de las cíclicas crisis económicas del país. A lo largo de los años había consumido casi todas las ganancias de sus viejas actividades.
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