https://www.elaleph.com Vista previa del libro "La chascuda" de Baldomero Lillo | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Sábado 27 de abril de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas (1)  2  3  4 
 

La historia tal como nos la narró el hacendado es más o menos así: Hacía ya dos años que era juez de distrito en X, empezó nuestro amigo, cuando las hazañas de La Chascuda me obligaron a tomar cartas en el asunto para investigar lo que hubiese de verdad en los fabulosos cuentos que relataban los campesinos acerca del misterioso fantasma que traía aterrorizados a los caminantes que tenían precisión de pasar por la Angostura de la Patagua.

El primer mes pasaron de doce los viajeros que tuvieron que habérselas con él, y este número fue en aumento en el segundo y tercer mes hasta que, por fin, no hubo alma viviente que se atreviese a cruzar sin buena compañía por el sitio de la temerosa aparición. Este estaba situado en la medianía de la carretera que va desde mi hacienda, Los Maitenes, hasta el pueblo de X.

Llamábasele la Angostura de la Patagua porque ahí el camino atravesaba una profunda zanja, cavada por las aguas lluvias al borde mismo de una hondísima quebrada en cuya ladera arraigaba una patagua gigantesca. Las ramas superiores cruzaban por encima de la carretera y cubrían el extremo inferior del foso. Aquel lugar, verdaderamente siniestro y solitario, era el que había elegido La Chascuda para sus apariciones nocturnas. Todos los que la habían visto estaban acordes en la descripción del fantasma y en los relatos que hacían de los detalles del encuentro. Referían que, al llegar a la zanja, un poco antes de pasar por debajo de las ramas de la patagua, el caballo deteníase de improviso, daba bufidos y trataba de encabritarse y que, cuando obligado por el látigo y la espuela descendía al foso, súbitamente se descolgaba del árbol, y caía sobre la grupa del animal, un monstruo espantable cuya vista producía en los jinetes tal terror, que la mayoría se desmayaba con el susto.

El cuerpo del fantasma, con brazos y piernas descomunales, estaba cubierto de un pelaje largo y rojizo. La mitad del rostro era de hombre y la otra mitad era mujer. Pero lo que caracterizaba a la aparición y le había dado el nombre que tenía era su peculiarísima cabellera dividida en dos partes desde la nuca hasta la frente. En el lado derecho que correspondía al rostro de hombre era blanca como la nieve y estaba alisada y peinada cuidadosamente. En cambio, en el lado izquierdo que correspondía al rostro de mujer era negra y enmarañada como chasca de potranca chúcara.

En cuanto el caballo sentía en las ancas aquello que parecía caer de las nubes, se tiraba de espaldas y se ponía a brincar y cocear hasta que el jinete rodaba por el suelo. Otras veces era La Chascuda misma la que lo cogía por el pescuezo y lo arrojaba de la montura. Pasados el susto y el aturdimiento, el viajero se levantaba y seguía tras su espantada bestia, guiado por la luz de la luna, porque acontecía el hecho curioso de que La Chascuda no se presentaba jamás en las noches oscuras. Pero lo más extraño del caso es que los sorprendidos por la aparición eran despojados de un modo misterioso de cuanto dinero u objeto de valor llevaban encima, como ser fajas de seda, frenos y espuelas de plata. ¿Era el fantasma el ladrón o algún caminante que aprovechándose de la pérdida del conocimiento de las víctimas los desvalijaba a mansalva?

Esta última suposición era contradicha por algunos de los robados, quienes aseguraban que mientras estaban tendidos en tierra, paralizados por el terror, sentían, sin que les quedara la menor duda, cómo las manos del fantasma les andaban en los bolsillos. Todos estaban también conformes en proclamar la prodigiosa fuerza de La Chascuda, que los tomaba por el cuello y los sacaba de la montura con una facilidad increíble. Muchos conservaban por algún tiempo, marcadas en la garganta, las huellas de las garras del monstruo. Mas, salvo alguna que otra contusión producida por la caída y la pérdida del portamonedas u otro objeto, los favorecidos por la aparición no tenían otra cosa que referir. Pero una mañana me despertaron a la salida del sol para imponerme de que había un muerto en la Angostura de la Patagua. Hice ensillar mi mejor caballo y me dirigí hacia allá acompañado de un grupo de huasos y del campesino que trajo la noticia, que era hermano del difunto.

Por el camino, el pobre muchacho me fue refiriendo el suceso. Estaba durmiendo, me dijo, cuando lo despertaron el ladrido de los perros y el galope de un caballo que venía a escape por la carretera. Al enfrentar el rancho se detuvo lanzando resoplidos y relinchos. Abrió entonces el ventanillo que daba al camino y distinguió a la luz de la luna un caballo ensillado y sin jinete en el que reconoció inmediatamente al alazán de su hermano. Se vistió a toda prisa temiendo una desgracia y se dirigió al encuentro del animal. Éste, que parecía muy asustado, no lo dejaba aproximarse y sólo con gran trabajo pudo poner pie en el estribo y colocarse sobre la montura, lanzándose en seguida a toda rienda en la dirección traída por la azorada bestia. Un presentimiento le decía que en la Angostura de la Patagua iba a encontrar la razón de por qué el alazán había llegado a casa sin jinete. Y por desgracia este presentimiento se vio muy luego confirmado. En cuanto hubo llegado al declive de la zanja el caballo se negó tenazmente a seguir adelante. Se desmontó, sacó la manea del arzón y la colocó en las patas delanteras del animal. Hecho esto, bajó por la pendiente y lo primero que se presentó a su vista fue el bulto de un hombre tendido de espaldas en el foso. Era Pancho, su hermano menor, que aún no cumplía dieciocho años. Lo tomó en sus brazos y lo sacó afuera para examinarlo a la luz de la luna. Respiraba aún; lo llamó repetidas veces: ¡Pancho! ¡Pancho!, hasta que el joven abrió los ojos y lo reconoció, sin duda, porque le apretó las manos y después de algunos esfuerzos consiguió murmurar débilmente: ¡Fue La Chascuda, hermano! En seguida abrió la boca, lanzó un quejido y expiró. Apenas se convenció de que estaba muerto, montó a caballo y se vino, esa misma noche, a denunciarme lo ocurrido.

Le pregunté si el cadáver presentaba señales de golpes o heridas. Me contestó que nada había visto, pero que al difunto le faltaban las espuelas que eran de plata y la faja de seda de la cintura. Tampoco tenía el portamonedas, en el que debía estar el producto de la venta de unas riendas que había llevado aquella mañana a la población.

Estaba el sol bastante alto cuando llegamos junto al cadáver. Como le dijera el campesino, no tenía en el cuerpo señales de violencia. Se ha muerto de susto, decían mis acompañantes, pero yo tenía otra opinión que un atento examen confirmó plenamente: el desgraciado muchacho, sea a consecuencia de la caída o de otra causa, tenía rota la columna vertebral.

Mientras se improvisaba una parihuela para conducir al muerto, me ocupé en hacer una inspección del terreno. Hasta entonces no había dado grande importancia a las hazañas de La Chascuda, pero esta última había pasado los límites de mi indiferencia al respecto, y estaba decidido a emplear la mayor actividad para descubrir al asesino y castigar de una vez por todas sus innumerables fechorías.

 
Páginas (1)  2  3  4 
 
 
Consiga La chascuda de Baldomero Lillo en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
La chascuda de Baldomero Lillo   La chascuda
de Baldomero Lillo

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com