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Los años de aprendizaje

     ...Solía decir: El hombre tiene tanta inclinación a darse a las cosas vulgares; el espíritu y los sentimientos se embotan tan fácilmente a las impresiones de lo bello y de lo perfecto, que se debe mantener en sí, por todos los medios, la capacidad de sentirlos. Nadie puede pasarse completamente sin estos goces, y sólo la falta de costumbre, de gustar las buenas cosas es causa de que muchos hombres encuentren placer en las simplezas y disparates, con tal que sean nuevos. Se debía -dijo- oír todos los días, por lo menos, una cancioncilla, leer una buena poesía, ver un cuadro excelente y, cuando fuera posible, decir algunas frases razonables...

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     Había reunido una hermosa colección de cuadros, y en tanto que me la enseñaba no podía impedirme ver en ella, alegóricamente, la moral. Al manifestarle mis pensamientos, repuso: Tenéis del todo razón, y en esto vemos que no se obra bien al dirigirse aisladamente a la educación moral, encerrada en sí misma; aquel cuyo espíritu, por el contrario, aspira a una cultura moral, tiene motivos suficientes para cultivar igualmente su sensibilidad, a fin de no estar expuesto a descender de su elevación moral, entregándose a las seducciones de una fantasía sin regla y a no rebajar su noble naturaleza gozando con bagatelas insípidas o con otra cosa peor.

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Carta de aprendizaje

     «El arte es largo; la vida, corta; el juicio, dificultoso; la ocasión, fugaz. Obrar, es fácil; pensar, difícil; obrar conforme al pensamiento es molesto. Todo comienzo es agradable; el umbral es el sitio de espera. El niño se asombra; la impresión le determina. Aprende jugando; lo serio le sorprende. La imitación es innata en nosotros; no se reconoce fácilmente lo que se ha de imitar. Se encuentra raramente lo perfecto; más raramente aun se aprecia. Las alturas nos atraen; no así sus escalones; con la cima a la vista, caminamos por la llanura. Sólo una parte del arte se puede enseñar; el artista lo necesita por entero. Quien no lo conoce más que a medias anda siempre extraviado y habla mucho; quien lo posee por completo hace únicamente y habla rara o tardíamente. Aquéllos no tienen ningún secreto ni fuerza alguna; su doctrina es como el pan cocido, sabroso y que satisface en el día; pero no se puede sembrar la harina ni se debe moler la semilla. Las palabras son buenas, pero no es lo mejor. Lo mejor no se aclara con las palabras. El espíritu, por el cual obramos, es lo más elevado. La acción es comprendida y representada únicamente por el espíritu. Nadie sabe lo que hace cuando obra bien; pero siempre tenemos conciencia del mal. Quien únicamente obra por signos es un pedante, un hipócrita o un charlatán. Hay muchos hombres así, y se encuentran bien juntos. Su charlatanería retiene al discípulo, y su medianía constante inquieta a los mejores. La doctrina del verdadero artista revela el sentido, pues donde las palabras faltan hablan los hechos. El verdadero alumno aprende a obtener lo desconocido de lo conocido, y se acerca al maestro.»

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     ¿No tenéis a mano el pergamino? -preguntó Jarno-; contiene muchas cosas buenas, pues estos aforismos generales no están tomados al azar; sólo parecen vacíos y obscuros a aquellos que no recuerdan nada de su experiencia. Dadme la carta si la lleváis con vos. -Ya lo creo, repuso Guillermo; un amuleto semejante debía llevarse siempre sobre el pecho. -Quién sabe, dijo Jarno sonriendo, si su contenido no encontrará sitio algún día en vuestra cabeza y en vuestro corazón.

     Jarno recorrió con la vista la primera mitad. Ésta -dijo- se refiere a la educación del sentido artístico, de la cual pueden hablar otros; la segunda trata de la vida, y aquí ya me encuentro en mi casa.

     Comenzó a leer algunos pasajes, interrumpiéndose para hablar y uniendo observaciones al relato. -Es extraordinario el gusto de la juventud por el misterio, las ceremonias y las grandes frases, y a menudo es señal de una cierta profundidad de carácter. En esta edad se quiere sentir atraído y conmovido todo su ser por obscuro e indeterminado que ello sea. El adolescente a quien insten fuertemente, cree encontrar muchas cosas en un misterio, y por ello tener que hacer mucho. Con esta intención formó el abad una joven sociedad, movido en parte por sus principios y en parte por inclinación y por hábito, porque en otros tiempos había estado en relación con una sociedad que había debido ejercer una gran influencia. Estos misterios no me convencían. Yo tenía más edad que los demás; había visto claramente desde mi juventud, y lo que más exigía en todas las cosas era la claridad. No tenía más interés que conocer al mundo tal como era; comuniqué este gusto a los mejores de nuestros compañeros, y faltó poco que nuestra educación tomara una dirección falsa, porque comenzábamos a no ver más que las faltas y limitaciones de los demás y a considerarnos a nosotros mismos como seres perfectos. El abad vino en nuestra ayuda y nos enseñó que no se había de observar a los hombres sin interesarse por su educación, y que sólo mediante la actividad nos ponemos en situación de observarnos y de conocernos a nosotros mismos. Nos aconsejó que nos atuviéramos a las primeras formas de la sociedad, por eso hubo algún orden en nuestras reuniones; se veía en la organización del conjunto los primeros rasgos místicos; después, como, por una alegoría, tomó la forma de un oficio, que se elevaba hasta el arte. De ahí vienen las denominaciones de aprendices, compañeros y maestros. Queríamos ver con nuestros propios ojos y formarnos un archivo propio con nuestros conocimientos del mundo; esto ha originado numerosas confesiones que, o bien hemos escrito nosotros mismos, o bien hemos excitado a los demás para que las escriban, y con las cuales se han compuesto después los años de aprendizaje. No todos los hombres se ocupan en su educación; muchos piden, únicamente, remedios para llegar al bienestar, recetas para conseguir riquezas y toda clase de satisfacciones. Todos éstos que no querían marchar como debían, los deteníamos o nos desembarazábamos de ellos con mixtificaciones y otras malas pasadas. Únicamente emancipábamos a aquellos que sentían vivamente y que reconocían claramente para qué habían nacido, y a los que estaban lo suficientemente instruidos para proseguir su camino con una cierta alegría y facilidad.

     -Entonces os habéis apresurado mucho conmigo -repuso Guillermo-, porque precisamente desde este momento es cuando menos sé lo que puedo, quiero o debo.

     -Nosotros no tenemos la culpa de haber caído en esta confusión; la buena suerte puede ayudarnos a salir de aquí. Entretanto, oid esto: aquel en quien hay mucho por desarrollar, se enterará más tarde de sí mismo y del mundo. Son pocos los que tienen la idea y son al mismo tiempo capaces de acción. La idea amplía, mas paraliza; la acción vivifica, pero restringe.

     -Os ruego -interrumpió Guillermo- que no me leáis más esas extrañas palabras. Esas frases ya me han confundido bastante.

 
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