Traducción de Francisco Cañadas.
Prefacio:
Con ser Máximo Gorki uno de los escritores contemporáneos que más amplia y profunda difusión han alcanzado entre el gran público de Europa y América, no es por extraña paradoja, el que más se ha estudiado y comprendido. En torno de la personalidad de Gorki se han forjado dos leyendas, la del hombre y la del titerado. Según la primera, el gran novelista ruso, no es más que un vagabundo de luengas melenas; y la segunda, nos le representa como un semianalfabeto, o un intuitivo genial, que saca únicamente de sí mismo, los portentosos materiales de su arte incomparable. La primera de estas dos leyendas posee alguna veracidad; la segunda, es completamente falsa y absurda: y es hora ya, de que se desvanezca por completo. Pero esta tarea de presentar a Gorki, tal como es, en carne y huesos, y no como ha barruntado la fantasía popular, el prurito de sus colegas, o la animosidad de sus detractores, la ha emprendido felizmente el propio Gorki, escribiendo sus memorias autobiográficas. En 1913, hallándose en Italia, buceando en el clima y el sol mediterráneos, remedio a la gravísima dolencia contraída muchos años antes, cuando, a los veinte, hostigado por la miseria, se disparó en el pecho una bala que le atravesó el pulmón; viéndose Gorki en trance de muerte, se resolvió a escribir sus memorias, cuya primera parte la constituye el presente volumen, que tiene su continuación en "El Amo", recientemente dado a luz, también en esta Biblioteca. En estos episodios verídicos que el propio Gorki ha trazado magistralmente, de su existencia andariega, azarosa, resalta de un modo eminente su gran espíritu de laboriosidad, de observación, de estudio, de amor al prójimo y al progreso, que ha constituido, que constituye el eje de su actividad, como hombre de letras y como hombre a secas, en el alto sentido que, para las inteligencias próceres y las conciencias rectas y austeras, tiene la personalidad humana. No fué, pues, no ha sido nunca Gorki, un sér contemplativo, ni vagabundo; sino un luchador formidable, en todos los órdenes; luchó por la existencia, llevando fardos a cuestas, amasando pan, ejerciendo los oficios más penosos para ganarse el sustento; luchó por su derecho a la cultura, leyendo a los clásicos de todos los países, desde la edad de catorce años, casa que no han hecho muchos de los que le mofejan de inculto; y, por fin, luchó siempre, con la entereza abnegada, por las libertades de su pueblo, cuyas virtudes y cuyos defectos, ha sabido reflejar, con arte insuperable, en sus obras, que tienen ecos de inmortalidad.
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