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Evaristo Carriego de  Jorge Luis Borges  

Evaristo Carriego
de Jorge Luis Borges


ediciones 
Emece

Edición: 1955
Tomos: 1
Medidas: 12,5 x 18,5 cm
Estado: Muy Bueno
Género: Novela - Latinoamericanos - Argentinos
Peso: 180 gramos

 
Comentario del libro Reseña del libro
 
Libro Usado Castellano
Formato libro
impreso
 
178 Pág.
U$S 170.54
C O M P R A R
* Los importes están expresados en dólares estadounidenses.
Política de Devoluciones.
 

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Descripción del libro usado "Evaristo Carriego"


Evaristo Carriego no es solamente la biografía de un poeta olvidado. En realidad, Jorge Luis Borges utiliza su existencia para recrear el suburbio porteño de principios de siglo, que ha dado lugar al mito y la leyenda: el Palermo del cuchillo y la guitarra, las quintas, los caserones con sucesión de patios, los burdeles y conventillos, el truco, las inscripciones fanfarronas de los carros, la idiosincrasia de los jinetes, la temeridad de los guapos, el eterno criollo acosado por la justicia y la calma de quien debe una muerte. En la poesía de Carriego se explica el sentido de muchas cosas que hoy han pasado a ser lugares comunes y se rescata lo auténtico de la marea arrabalera, alimentada sin cesar por el tango y el sainete. Precisamente, Borges incorporó aquí su Historia del tango, análisis penetrante de la música popular porteña.
Sobre la edición: Buenos Aires, Abril de 1955 - Primera Edición: 3000 Ejemplares - 2º a 6º impresión: 15000 ejemplares - Buenos Aires, septiembre de 1975 - 7º impresión en offset: 3000 ejemplares - Editor: Emecé Editores, S. A.- Alsina 2041, Bs. As - Impresos: Compañía Ompresora Argentina, S. A - Capitulo 1º-
PALERMO DE BUENOS AIRES.

LA VINDICACIÓN de la antigüedad de Palermo se debe a Paul Groussac. La registran los Anales de la Biblioteca, en una nota de la página 360 del tomo lv; las pruebas o instrumentos fueron publicadas mucho después en el número 242 de Nosotros. Nos retraen un siciliano Domínguez (Domenico) de Palermo de Italia, que añadió el nombre de su patria a su nombre, quizá para mantener algún apelativo no hispanizable, y entró a veinte años y está casado con hija de conquistador. Este, pues, Domínguez Palermo, proveedor de carne de la ciudad entre los años de 1605 y 14, poseía un corral cerca del Maldonado, destinado al encierro o a la matanza de hacienda cimarrona. Degollada y borrada ha sido esa hacienda, pero nos queda la precisa mención de una mula tordilla que anda en la chácara de Palermo, término de esta ciudad. La veo absurdamente clara y chiquita, en el fondo del tiempo, y no quiero sumarle detalles. Bástenos verla sola: el entreverado estilo incesante de la realidad, con su puntuación de ironías, de sorpresas, de previsiones extrañas como las sorpresas, sólo es recuperable por la novela, intempestiva aquí. Afortunadamente, el copioso estilo de la realidad no es cl único: hay el del recuerdo también, cuya esencia no es la ramificación de los hechos, sino la perduración de rasgos aislados. Esa poesía es la natural de nuestra ignorancia y no buscaré otra.
En los tanteos de Palermo están la chacra decente y el matadero soez; tampoco faltaba en sus noches alguna lancha contrabandista holandesa que atracaba en el bajo, ante las cortaderas cimbradas. Recuperar esa casi inmóvil prehistoria sería tejer insensatamente una crónica de infinitesimales procesos: las etapas de la distraída marcha secular de Buenos Aires sobre Palermo, entonces unos vagos terrenos anegadizos a espaldas de la patria. Lo más directo, según el proceder cinematográfico, sería proponer una continuidad de figuras que cesan: un arreo de mulas viñateras, las chúcaras con la cabeza vendada; un agua quieta y larga, en la que están sobrenadando unas hojas de sauce; una vertiginosa alma en pena enhorquetada en zancos, vadeando los torrenciales terceros; cl campo abierto sin ninguna cosa que hacer; las huellas del pisoteo porfiado de una hacienda, rumbo a los corrales del Norte; un paisano (contra la madrugada) que se apea del caballo rendido y le degüella el ancho pescuezo; un humo que se desentiende en el aire. Así hasta la fundación dc don Juan Manuel: padre ya mitológico de Palermo, no meramente histórico, como ese Domínguez-Domenico de Groussac. La fundación fue a brazo partido. Una quinta dulce de tiempo en el camino a Barracas era lo acostumbrado entonces. Pero Rosas quería edificar, quería la casa hija de él, no saturada de forasteros destinos no probada por ellos. Miles de carradas de tierra negra fueron traídas de los alfalfares de Rosas (después Belgrano) para nivelar y abonar el suelo arcilloso, hasta que el barro cimarrón de Palermo y la tierra ingrata se conformaron a su voluntad.
Hacia el 40, Palermo ascendió a cabeza mandona dc la República, corte del dictador y palabra de maldición para los unitarios. No relato su historia para no deslucir lo demás. Básteme enumerar "esa casa grande blanqueada llamada su Palacio" (Hudson, Far Away and Long Ago, página 108) y los naranjales y la pileta de paredes de ladrillo y baranda de fierro, donde se animaba el bote del Restaurador a esa navegación tan frugal que comentó Schiaffino: "El paseo acuático a bajo nivel debía ser poco placentero, y en tan corto circuito equivalía a la navegación en petiso. Pero Rosas estaba tranquilo; alzando la mirada veía la silueta, recortada en el cielo, de los centinelas que hacían la guardia junto a la baranda, escrutando el horizonte con el ojo avizor del tero". Esa corte ya se desgarraba en orillas: el agachado campamento de adobe crudo de la División Hernández y el rancherío de pelea y pasión de las cuarteleras morenas, los Cuartos de Palermo. El barrio, lo están viendo, fue siempre naipe de dos palos, moneda de dos caras.
Duró doce años ese ardido Palermo, en la zozobra de la exigente presencia de un hombre obeso y rubio que recorría los caminos limpitos, de pantalón azul militar con vivo colorado y chaleco punzó y sombrero de ala muy ancha, y que solía manejar y cimbrar una caña larga, cetro como de aire, liviano. De Palermo salió en un atardecer ese hombre temeroso a comandar la mera espantada o batalla de antemano perdida que se libró en Caseros; en Palermo entró el otro Rosas, Justo José, con su empaque de toro chúcaro y el cintillo mazorquero punzó alrededor del adefesio de la galera y el uniforme rumboso de general. Entró, y si los panfletos de Ascasubi no nos equivocan: (...)

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