Fin


Primera página : Otra oportunidad de gozo y sensibilidad: entrevista a Gabriel Bellomo

Martes 13 de Noviembre de 2007
Otra oportunidad de gozo y sensibilidad: entrevista a Gabriel Bellomo

El título puede parecer engañoso. No lo es: escuchar la entrevista a Gabriel Bellomo atrapa como atrapan sus obras.

Si usted lee cualquiera de sus libros le pasará lo siguiente: primero quedará pegado a la silla o sillón donde esté sentado, después querrá saber qué ocurrirá en la próxima página, y finalmente ansiará llegar al desenlace, pero al mismo tiempo, deseará que no termine el placer que está viviendo.

Esas son las sensaciones al leer a Gabriel Bellomo, nacido en Buenos Aires en 1956 y autor de los libros de cuentos Historias con nombre propio (1994) y Olvidar a Marina (1995), ambos publicados en la colección ?Los oficios terrestres? por Libros de Tierra Firme; Marea Negra (2001) y Formas transitorias (2005, primer premio Fondo Nacional de las Artes) publicados por Simurg; y de las novelas El ilusionista (2006, Editorial Tantalia) y El informe de Egan (2007), su última obra, editada por Sudamericana bajo el sello Mondadori, tras haber obtenido el segundo premio Fondo Nacional de las Artes, año 2005.

 

Su escritura vale por sí misma, sin importar la idea que trate: predomina la forma, la manera de desarrollar el tema. Todo lo hace simple, bello, profundo: una continua elipsis que mueve al goce de su lectura.

Quien lo lee puede ?ver? el interior de sus personajes, puede ?vivir? sus diferentes realidades. Y lo llamativo es que Bellomo lo logra sin estridencias, sin cambios bruscos: gestos, actitudes, detalles aparentemente insignificantes son la estructura que Bellomo pone a disposición del lector para que éste, lentamente, vaya armando la mutación que lleva al final, en un clima de intriga y sensibilidad latente.

¿Cómo lo consigue? Escuchemos cómo lo explica el mismo Bellomo, generosa y sinceramente, a través de la entrevista que mantuvimos.

 

 

Cuando escribís novelas: ¿sentís lo mismo que al escribir cuentos?

Llegué a la novela, a la instancia de plantearme seriamente una novela, después de editar cuatro libros de cuentos. En cada libro, la tensión, la densidad y el propósito de los relatos se fue modificando. Esto se advierte en Marea Negra y más aún en Formas Transitorias. En este último libro se puede rastrear la lenta y gradual transformación de la escritura. Cada uno de los seis relatos de Formas Transitorias encierra, a mi juicio, la dimensión de una novela. Y no sólo por su extensión sino, sobre todo, por las tramas, el dibujo de los personajes y una pulsión de contar la historia que ?me parece? torna bastante evidente ese transcurso hacia un plan narrativo de más largo aliento.

 

 

¿Cuáles son las diferencias qué sentís en cada caso?

Como narrador, no siento ?o no siento conscientemente? una diferencia entre la intensidad de la escritura de un cuento y de una novela. O, tal vez, sea más justo decir: el relato extenso es, para mí, mucho más interesante que el cuento corto y la novela.

 

 

¿Te proponés escribir una novela sobre tal tema y un cuento sobre tal otro contenido?

En cuanto a si me propongo que eso que estoy relatando sea un cuento o una novela, debo extender el concepto de la respuesta anterior: desde hace dos años escribo textos largos, acaso novelas cortas o relativamente cortas, y esto me concita más que escribir cuentos. Pero no es que la ?idea? de la que hablaba antes venga acompañada por la extensión de su desarrollo. Tiendo al texto largo, a la libertad temporal y espacial que me confiere no estar acorralado por la lógica estructural del cuento, que requiere un ensamble más riguroso y, en un sentido, menos verosímil. Me incomodan, hoy, las restricciones un poco arbitrarias y artificiales del llamado cuento corto. Sin embargo, a partir del desafío de escribir un cuento inédito para un escritor amigo y director de una revista literaria, acabo de escribir una ficción breve que no tiene más de dos páginas. Parece que he vuelto así, por un tiempo, al relato. Es posible que se trate de los primeros textos de un volumen en el que, tal vez, insista, como un descanso antes de abordar la corrección de una novela a la que me dedicaré ?espero? el año próximo.

 

 

¿Las ideas aparecen y escribís una novela o un cuento?

Las ideas en literatura son, en lo que a mí respecta, unas frágiles y vagas impresiones a la hora del ?acto? de escribir: una imagen, una línea de diálogo, un tema. Aparecen las ideas, sí, pero nunca son más que eso. Y no es que paso de esa impresión inicial a la escritura, sino precisamente al revés: en el proceso de escribir, se va conformando más claramente qué quiero contar, cómo quiero contarlo. Y casi siempre me sorprende una variante, personajes que no estaban nada claros al principio, una suerte de revelaciones de las que no me siento muy responsable. Es la forma, el punto de vista, el estilo de quien lo escriba, los que le confieren al tema la oportunidad, y no más que la oportunidad.

 

 

 

¿Las ideas iniciales se van modificando a medida que el texto avanza? ¿Las modificaciones te sugieren nuevos caminos?

Por supuesto, las ideas de una ficción, tal como traté de explicar que se me presentan, tienen un curso errático que se va modificando a medida que avanzo. Los caminos, venturosamente, son insospechados. Para bien o para mal, rara vez trazo una hoja de ruta o un plan detallado de escritura. Sí un andamiaje esquemático, del tipo: Estoy contando una historia en la que el protagonista? Esto sí, para ayudarme a seguir. Pero rara vez tengo muy claro el tema en su conjunto, con el principio, el decurso y el final. Y menos todavía esas pequeñas historias dentro de la historia, las micro historias que naturalmente aparecen en mis textos, y que no son ?pensadas? de antemano. Sencillamente aparecen. En lo que respecta a si la ficción en curso se tratará de un cuento corto, un relato o una novela, esto no lo sé. Tal vez se trate de que escribo un cuento o un relato porque entendí una historia o el tema que la precipita. En cambio, cuando resolví en el pasado que ese tema se desarrollaría en una novela, ha sido porque quería entenderlo. Es decir, escribir la novela para entenderlo.

 

 

Similar a lo que Santiago Kovadloff dice de sus ensayos: escribe, no porque sepa de los temas que trata, sino para saber de ellos mientras escribe. En tu caso, ¿a qué novela y tema te referís? ¿Te ha ocurrido con otras narraciones?

Me ha ocurrido tanto con los cuentos cortos, como con los relatos y las novelas. Con las novelas, por la posibilidad del desarrollo, se hace más evidente. Para circunscribirme a las novelas: escribí El ilusionista para indagar sobre el dolor en estado puro, extremo, el mayor dolor que puede experimentarse, que es la muerte de un hijo. Lo escribí con ese propósito, y el protagonista Juan Treml deja de ser quien es para transformarse en otro, en este caso, en el ilusionista que revela el título. En El informe de Egan trato de comprender cómo se reencuentran quince años después, un padre que abandona a su hijo, y éste que se propone ir a su encuentro, cómo son el perdón y la indulgencia. Escribí El médano porque pensé en un hombre mayor a quien se le muere la esposa, y luego, a causa de una enfermedad, pierde la memoria de un verano, y paulatinamente la vista. Cómo es vivir ahora para ese hombre con tantas ?pérdidas?, cómo es seguir viviendo, y cómo es la esperanza de hacerlo. En la novela que voy a trabajar el año próximo, La memoria y el viento, parto de esas dos materias tan lábiles, tan esquivas y variables, para que un padre y una hija distanciados ?ella, por el dolor de una infancia perdida, y él, por la impresión de una vida que considera sin valor y sin testimonio?, se reúnan en un ?lugar?, y, junto a otros personajes, vayan desplegando sus voces, y se reconcilien sin decírselo y sin revelar del todo sus secretos. No creo, por lo demás, que al escribir ?comprenda? estas cuestiones. Nada más las despliego, las hago actuar por otros, y los personajes de mis novelas son, por decirlo de algún modo, los que me conducen en esas reflexiones.

 

 

 

¿Qué tiempo te toma escribir un cuento y cuánto una novela?

Hablando de relatos, en ocasiones me asedia el ?síndrome Kafka?: creo que la historia que no se completa en un lapso más o menos breve ?pocos días, digamos?, está condenada al fracaso. Pero luego, parado ante las puertas del fracaso ??Ante la ley?, para seguir con Kafka?, me resisto a perder la oportunidad que me da la ?idea? que causó el texto ya escrito, y puede más mi obstinación que mi natural escepticismo. El tiempo de cada historia es el de la resistencia y el del azar que, en ocasiones, la salva. Horas , días, semanas.

Respecto de las novelas, me ocurrió de no poder avanzar por motivos ignorados, dejarlas, y luego de un tiempo, retomarlas y llegar a un final. Por ejemplo: promediaba El informe de Egan, y no supe cómo seguir. La abandoné, escribí relatos, y uno de los cuentos de Formas Transitorias ?que repite, más que nada, el escenario de la novela? me permitió concluirla uno o dos años más tarde.

 

 

¿Qué proporción de tiempo le dedicás a la corrección? ¿Escribís y corregís al mismo tiempo?

Escribo, corrijo, escribo, corrijo. En mi caso, es un proceso simultáneo o alternado, pero permanente. A veces, la corrección es para las tres o cuatro hojas escritas el día anterior. Otras, reescribo la historia desde la primera línea, que es una forma (si se me permite) más brutal de corrección. Lo cierto es que no puedo avanzar, si lo ya escrito no está corregido casi hasta tratarse de una primera versión terminada. No podría escribir todo un relato, y menos una novela, en un primer borrador muy sucio, y luego dedicarme a su corrección. Me perturba mucho el texto ?sucio?. Sin dudas, esto me ocurre ya que mi literatura se cristaliza por la ?forma?: la idea expresada por la dicción, el fraseo, la puntuación, el ritmo, el ?tempo? de la escritura; bueno, estas cuestiones que, a lo largo de los años, uno termina cumpliendo no tan reflexivamente. Tengo un registro propio de mi literatura que se me revela como una urgencia y, en cierto modo, una ansiedad por escribir aquello que siento que debo escribir y, a la vez, una demora en la forma de destilar el texto.

 

 

¿Tenés una rutina, o escribís cuando el tiempo y las ideas surgen?

Me impongo una rutina que difícilmente puedo cumplir, aunque, de hecho, creo en la rutina, en el método. En mi caso, las ideas surgen del trabajo, del oficio puesto en acto. También ?tal vez porque es mi única posibilidad? creo, casi con una fe mágica, en la escritura que se produce en la restricción, en ?la incomodidad?, digamos: fuera del espacio físico donde uno escribe, en medio de la jornada de trabajo, viajando, al responder una pregunta. Aunque esto me sucede sólo y únicamente cuando convivo con una historia, y la llevo conmigo, y la confundo con la ?vida real?. Es una excusa. Me digo: bueno, es posible que hoy vea, escuche, presencie, sea ?testigo? de personas y circunstancias que me van a ser dadas en beneficio de mi relato o de mi novela. Es un pensamiento infantil que intercede en medio de una dedicación a la literatura que en pensamiento y obra, no es nada infantil, ni casual, ni espontánea. Uno debe llenar los cuadernos de borradores ?dijo Borges citando, si mal no recuerdo, a William Blake? para que, cuando nos visiten las Diosas Blancas, seamos dignos de tan alta visita. Pero ni siquiera eso es así. Las Diosas Blancas pueden ignorarnos por días, meses, años, por toda una vida. Si es que uno logró consolidar la herramienta, el ?oficio de escritor?, y si es que, acaso, se tiene talento, o si el talento es la destreza en el ejercicio de ese oficio, ese talento, en suma ?dijo Truman Capote con, más o menos, estas palabras?, es un látigo con el que nos asediamos para contar una historia y para escribirla bien, en el límite de nuestras posibilidades, siempre aspirando a forzar ese límite y transgredirlo. Capote se refería a Dios, le imputaba a Dios haberle dado el talento para escribir y un látigo para flagelarse en busca de la obra de arte. También fue Capote quien dijo que una cosa es escribir bien, otra escribir muy bien, y otra el verdadero arte. A esto se refería, entiendo, cuando hablaba del látigo.

 

 

¿Cuáles son tus autores favoritos?

La lista es vasta y errática. Despejado el escritor o la obra que marcó un antes y un después en nuestra vida ?en mi caso fue Franz Kafka, con ?El Proceso?, y luego con muchos otros de sus textos?, nombro arbitrariamente los que me vienen a la memoria, sin orden cronológico ni prioridades. De los europeos: Dostoievski, Andreiev, Chejov, Kafka, Walser, Camus. De los norteamericanos: Twain, Washington Irving, Poe, Ambrose Bierce, Faulkner, Richard Yates, Carver, Cheever, Salinger, Mc Ewan, John Kennedy Toole. De los escritores argentinos, y remitiéndome sólo a los muertos: Borges, claro, aunque no todo Borges. El Cortázar cuentista, sobre todo el de Bestiario. Y luego, para no continuar con una enumeración que resultaría tediosa, está ese novelista sudafricano excepcional que es J. M. Coetzee, a quien admiro profundamente. Omito a muchos, y olvido, en este momento, a muchos.

 

 

¿Cuáles son los últimos tres libros que leíste?

Los últimos libros que leí: Sóniechka, una novela de la escritora rusa Liudmila Ulítskaya; la novela El guardián del vergel, del norteamericano Cormac McCarthy; y un libro con los primeros relatos de John Cheever. Habitualmente, leo más de un libro al mismo tiempo, y también vuelvo a ciertos libros, generalmente novelas, que me es necesario releer. Conservo la avidez de mi infancia por la lectura aunque, a mi pesar, perdí la inocencia.

 

 

¿Cuándo y qué empezaste a leer?

Empecé a leer ?con relativa conciencia de que lo estaba haciendo? a los siete, ocho años. Me era tanto o más placentero que jugar. Bueno: era jugar. Esperaba el momento de la lectura que, invariablemente sucedía por la noche, antes de dormirme, estando ya en la cama. Recuerdo que el libro se me caía de las manos, que alargaba el brazo para alzarlo y siempre perdía la página. Y los libros eran, como le sucedió a mi generación, los editados para la colección Robin Hood, en los que convivían escritores de la talla de Twain, Washington Irving, Poe, con autores ?menores? (para mí, por entonces, y felizmente no lo eran). Evoco con especial gratitud un libro de relatos de Julio Verne: Narraciones extraordinarias, homónimo de uno más conocido, de Poe. Lo evoco con la nostalgia que necesariamente provoca rememorar los años de infancia, veranos y siestas interminables, esa intimidad que se parecía, ingenuamente, a la eternidad.

 

 

Tanto en los cuentos como en las novelas: ¿por qué retomás nombres, situaciones, lugares?

El volver a nombres, situaciones y lugares en mis relatos y novelas se hace más evidente a partir de Formas Transitorias. Se puede rastrear tanto en El informe de Egan como en una novela anterior, El ilusionista. En los primeros libros de cuentos, esa reiteración se presentaba de un modo más solapado, menos comprobable. A veces me digo que defino un paisaje y los personajes de ese paisaje, y que toda mi ficción puede desarrollarse entre esas referencias, asumiendo esos límites. Otras, que ?como dijo Borges? el escritor está escribiendo siempre el mismo libro, y también esa sentencia me alivia. Otras, que visito con distintas tramas sitios que ya conozco, con nombres propios que me resultan familiares y que, de ese modo, el vértigo de una historia que nunca controlo demasiado es menor. Y esto me tranquiliza. Alguien podría decir que se trata de una limitación. Puede ser. Escribo por el misterio que implica hacerlo, pero también escribo por miedo.

 

 

Seguro que se esconde una idea interesante detrás de ?escribo por miedo?: ¿podrías ampliarla?

Miedo en el sentido que Borges expresa lúcidamente cuando se refiere al ?horror de lo sucesivo?, al decurso inexorable, a la vida que no se detiene, a que nos ?pasan? cosas que no podemos prever ni evitar. Miedo a la incertidumbre, y así podría enumerar largamente de qué tratan nuestras incertidumbres, y no haría más que citar emociones que todos conocemos, nos regocijan y nos hacen sufrir. Entonces, para conjurar ese miedo, escribo historias que se someten, parcialmente, a reglas arbitrarias que ?creo? poder articular: fechas, personajes, resoluciones. No mucho más. Y esto es lo que me tranquiliza de la ficción, esta ingenuidad que me remite a la infancia: la ilusión de la construcción de un universo en el que puedo intervenir con solvencia. Hasta cierto punto, desde luego, y con relativa solvencia. Aunque, acaso, con un poco más de solvencia que en la vida real.

 

 

¿Puede decirse que escarbar el interior de las personas ?comunes en algunos casos (Formas transitorias, El informe de Egan), marginales en otros (Marea negra)?, es una característica de tus obras?

No sé si trato de indagar psicológicamente en la conducta de las personas, o más bien, de responderme a la pregunta: ¿Qué se hace ante tal hecho, cómo se resuelve, cómo se sigue viviendo? Y, como no tengo respuestas, o no tengo más respuestas que las que contestan la misma historia y los personajes que la componen, quedo a salvo de conclusiones, y emerjo de la escritura con las mismas dudas, pero extrañamente sereno, como si hubiera aprendido a desconocer. Nada se resuelve en las historias que escribo estos últimos años. Trato de no saber de ellas más de lo estrictamente necesario, aunque no me resulte fácil. Por delante está siempre la vacilación de no saber cómo hay que contar, cómo se inicia, se prosigue y se termina ese relato o esa novela. Y de repente, sabiendo que narré todo lo que podía narrar, ya no quiero o no puedo seguir escribiendo, y así queda el texto, con un final abierto, o no escrito, o como quiera que sea. Pero no me importa. En realidad, no me importa más que reconocer que para mí esa historia acabó, y que el corte en su transcurso es necesario. Lo más parecido que yo pueda a la vida.

 

 

Me atrapa ese último comentario: ?Lo más parecido que yo pueda a la vida?. ¿Qué incluís en ese concepto?

A la vida tal como la quiero ver: no como la película que ?me temo? es, sino como una sucesión de fotografías, de fotogramas a los que puedo volver una y otra vez para contemplar con serenidad este cuadro, aquél, una escena memorable o que merecería serlo. Quizá debería decir: lo más parecido a las vidas que escribo.

 
Publicado por Eduardo Poggi a las 07:00