Tuve el placer de conocer al señor Arthur Miller a través de su obra La muerte de un viajante. Sentada en la
primera fila de
Miller nació en la ciudad de Nueva York en el año 1915. Se graduó como periodista en la Universidad de Michigan en 1938 y se dedicó a escribir guiones televisivos, además de obras literarias: Las Brujas de Salem (1953), Recuerdos de dos lunes (1955), Panorama desde el puente (1955), Cristales rotos (1994). Pero sin dudas su consagración definitiva llegó con este maravilloso drama, La muerte de un viajante , estrenado en Broadway en febrero de 1949 bajo la dirección de Elia Kazan.
En esta obra, el autor logra describir con exactitud la compleja personalidad de Willy Loman, un mediocre vendedor, esposo de Linda y padre de Biff y Happy. Un hombre que, llegando al final de su vida, no logra comprender el porqué del fracaso de sus sueños. Sueños mal encaminados, con una manera equivocada de ver la vida, colmada de mentiras y dobles mensajes. Willy espera siempre la manera fácil y fantástica de triunfar, sumiendo así a la familia en una irrealidad constante que los daña profundamente, en especial al hijo mayor, del cual el padre espera absoluta fidelidad y entrega para concretar todas sus frustradas ilusiones.
El drama muestra la falta de amor y el egoísmo del ser humano que, aun frente al profundo sufrimiento de un hijo, no puede manifestar ni siquiera un mínimo arrepentimiento por los errores cometidos.
En la función del Teatro ?La Plaza?, ubicado en
La dirección está a cargo de Rubén Szuchmacher. La puesta en escena es sencilla pero precisa, y sitúa al espectador en tiempos y espacios; es decir, ubica en los diferentes lugares en los que transcurre la vida de los personajes, sin necesidad de grandes escenografías.
Cabe destacar el trabajo de todos y cada uno de los actores, en especial los integrantes de
Un lugar aparte merece la sensible actuación de Diego Peretti, quien interpreta al hijo mayor, logrando una profunda comunión con el dolor, la angustia y la violencia contenida de este personaje, sentimientos que sólo pueden vivirse desde una butaca a través de una gran interpretación.
¿La muerte del respeto?
Me pregunto si, alguna vez, Arthur Miller habrá imaginado que en el medio de una escena dramática, en una de sus obras, alguien dejaría que su celular comenzara a sonar, incansable.
Difícil imaginarlo en aquel momento, pero ?lamentablemente? esa noche sucedió. El llamado de un celular, entre el público, perturbaba el tenso desarrollo de
De más está aclarar que no estoy en contra de los avances, pero "olvidarse" de apagar un teléfono en el momento en que uno decide dejar la vida real por un par de horas para involucrarse con ?otras vidas? habla no sólo de la falta de respeto por el trabajo ajeno y por los demás espectadores, sino de un egoísmo tal que no es más que otra muestra de por qué tenemos la sociedad que tenemos.
A pesar de los desubicados de siempre, fue una noche inolvidable, porque comprendí que, en literatura, no es necesario inventar nada nuevo, sino que el secreto está en encontrar la manera más simple y conmovedora de contar una historia. Historia que perdure a través de los años y, como esta noche me pasó a mí, siga inquietando el alma de la gente.