Fin


Primera página : Un hombre sano

Lunes 04 de Junio de 2007
Un hombre sano

Soy un hombre sano, y no lo digo yo, sino los médicos. También soy sexagenario, lo cual no significa nada si uno está sano. Pero, en verdad, no sé a qué o a quiénes atribuir este don, si a la madre naturaleza o a los médicos. Notarán que ya los nombré dos veces. Mi relación histórica con ellos se remonta a la época escolar o del servicio militar, pero últimamente se transformaron en una obsesión. El otro día miraba distraídamente el almanaque, esos  que tienen un cuadro para cada día, donde habitualmente se anotan los vencimientos, y llamó mi atención la cantidad de citas registradas. Eran todas mías: turno para el urólogo, turno para el cardiólogo, turno para el reumatólogo y hasta para la nutricionista. Además, turnos en distintos laboratorios para análisis de sangre, ecografías, radiografías, y una novedad, en lo que a mí respecta: una uroflujometría.

Esto merece un comentario: para el susodicho estudio hay que orinar casi en las barbas del médico. Hice una cita y allá fui, pero como no llegué al nivel mínimo exigido de flujo urinario, volví a casa con un dejo de frustración. Concertamos nueva cita y antes de irme del consultorio el doctor me dijo:

?Recuerde, amigo, tómese un litro o litro y medio de agua durante la última hora antes de llegar.

Así que fui por la revancha con mi señora al volante mientras yo empinaba el codo con deliciosa agua mineral.

?¿Cómo le va, amigo? ¿Hoy viene con ganas?

?Si no se corre podrá comprobarlo ?respondí.

La frase y los músculos tensos de mi cara obraron de disparador para ir al grano, o al chorro, por mejor decir.

?Yo me voy; cuando cierre la puerta, comience a orinar ?indicó el hombre de blanco.

Por mí se hubiera quedado; nada ni nadie podía impedir que expulsara mis efluvios urinarios contenidos con no poco sacrificio. El receptáculo donde debía apuntar era algo estrafalario: una silla sin asiento puesta sobre un inodoro sin tapa. La salida del inodoro lleva adosado un tubo cilíndrico que descarga en una especie de jarra de plástico cualunque. Del tubo sale un cable que se conecta a un aparatito muy parecido a esos donde pasan las tarjetas de crédito al hacer una compra. A los tres o cuatro segundos, el aparatito empezó a emitir un sonido tipo ?beeper?, señal que funcionaba. A mí no me importaba nada, solamente disfrutaba la intensa sensación de alivio y el aflojamiento de los músculos de la cara. Cuando terminé, el aparatito enmudeció y el médico apareció sonriente.

?Póngase cómodo, amigo ?dijo complacido.

Me senté. El cacharro sonó nuevamente y empezó a soltar una cinta de papel, como si fuese un ticket del supermercado pero del doble de ancho. Cuando paró, la extrajo y después de estudiarla me la pasó. Tenía impreso un gráfico parecido a los electrocardiogramas y unas fórmulas y valores que me hicieron recordar a las odiadas clases de álgebra.

?No va a entender nada ?advirtió?, pero le adelanto que tiene los valores normales para su edad.

Para él soy un hombre sano. Lo mismo me dijo el urólogo cuando le llevé el resultado. No obstante me recetó otro medicamento, complementario del que estoy tomando, porque sigo levantándome de noche varias veces para ir al baño.

?Con esto va a andar bien ?sentenció?. Tómelo durante dos meses y luego me viene a ver.

?Cómo no, doctor. Que siga bien, hasta pronto ?dije, convencido de que tengo que seguir yendo para ostentar el rótulo de hombre sano.

Llegó el turno de la ecografía y se repitió el mismo esquema que para la uroflujometría: mi señora condujo y yo retomé mi compulsión por el agua mineral. El problema radicó en que llegué al laboratorio con la vejiga rebosante pero no me atendieron enseguida. No les deseo el suplicio. Después de entregar la orden en el mostrador, empecé a pasearme nerviosamente por la sala. Parecía un centinela; iba de un punto a otro, giraba sobre los talones,  pateaba el piso y deshacía el recorrido una y otra vez. Mi cara se ponía cada vez más tensa. Solamente quienes hayan alcanzado un nivel de concentración mental como el que se adquiere practicando el budismo zen podrían soportar semejante sufrimiento. Para colmo, el lugar estaba lleno de gente en espera, sentadas en  varias filas de butacas. Semejaba un pequeño teatro y yo era el protagonista del unipersonal representando al hombre desesperado. Todos observaban mis movimientos. Desde la última fila, mi esposa señalaba su reloj tratando de decirme que aguantara, que ya era la hora señalada. Yo la miraba y deseaba ser viudo o divorciado. Resistí como pude, transpirando pese al frío hasta que me llamaron. El médico u operador de video, no sé bien qué era, me dijo:

?Esta tarde tiene el resultado, pero le adelanto que no veo nada raro. Usted es un hombre sano.

?Muchas gracias. Hasta pronto ?repetí la fórmula que de ahora en más llevaré a flor de labios como un sello.

Hora del reumatólogo. En la primera visita el hombre me pidió que le relatara mi historia de dolores de esqueleto. Le conté que años atrás había padecido una hernia de disco que me hizo sufrir horrores, y que el cirujano, después del maravilloso resultado del tratamiento con magnetoterapia, me había dicho:

?Bueno, mi amigo, se salvó de la operación. Usted es un hombre sano, pero de aquí en más no puede cargar ni la valija cuando se vaya de viaje. Si sigue mis instrucciones, no va a tener problemas. No levante cosas pesadas, no empuje muebles, no se doble, para agacharse hágalo en cuclillas. ¡Ah, me olvidaba!, para levantarse de la cama no pivotee sobre la cintura; póngase de costado y bascule hasta quedar sentado.

También le conté que amanezco con dolores en hombros y brazos, que al ducharme no alcanzo a enjabonarme los omóplatos, pero que el mayor problema lo tengo en las manos, sobre todo en la derecha, la que muchas veces no puedo cerrar del todo. Me preguntó si hacía deportes.

?No, doctor ?respondí con cierto tono de fastidio?. Después de la hernia de disco cambié mis citas para jugar a la paleta por las consultas con ustedes, los médicos.

?Le voy a ordenar unas radiografías de las manos y cuando las tenga me viene a ver.

Volví con ellas. Se tomó su tiempo para mirarlas con una lupa. Ante mi intranquilidad creciente me pasó la lupa y me indicó:

?¿Ve estos puntitos en el nudillo?, son los huesos comidos por la artrosis. Vamos a iniciar un tratamiento a largo plazo; ¿está tomando algún medicamento? ?preguntó.

Contesté que uno para la hipertensión  y otros dos para la próstata un tanto agrandada.

?Eso no es nada, usted es un hombre sano ?sentenció.

Extendió la receta de un nuevo medicamento advirtiéndome que no esperase ninguna mejoría en lo inmediato, que la acción era regenerativa pero que obraba por acumulación, a largo plazo.

?Vuelva en un mes para que le recete otra caja.

?Muchas gracias, doctor, y hasta pronto ?respondí sin convicción.

?Todavía te falta la nutricionista ?me dijo mi esposa, recordándome las palabras de mi suegro, quien siempre decía que el límite entre el hombre y la bestia eran los cien kilos. Como pesaba ciento nueve no tuve más remedio que ir, acompañado por ella, que también la consultó.

Después de escuchar mi historia alimenticia y mis antecedentes médicos me dijo con tono que pretendía ser gracioso:

?Usted es un hombre sano, pero debe bajar esos kilitos de más?.

Y señalando mi abdomen apuntó:

?Eso que tiene allí es exceso de vino y asado.

?¡Chocolate por la noticia!, no pude menos que exclamar?. ¿Y ahora qué hago?

?Siga mis instrucciones y verá los resultados ?aseveró.

Las seguimos, junto con mi esposa, y en verdad nos hizo bien. Yo volví a entrar en la categoría de hombre y ella a ponerse ropa olvidada.

Como consecuencia de todo lo relatado, tengo un pastillero con siete divisiones. Debo constatar que en cada uno de ellos estén los comprimidos de color amarillo, verde, blanco y uno bicolor. Agradezco a Dios no ser daltónico.

Hasta aquí, todo fue relativamente llevadero. Con un poco de humor y buena voluntad se pasa el mal trago de los consultorios y laboratorios. La verdadera preocupación empezó a medida que compraba los remedios y leía los prospectos. Ni Kafka y Poe juntos lograron inquietarme tanto como la lectura de esos malditos papeluchos de letra mínima.

Los invito a entrar en el oscuro túnel de la desesperanza.

Empecemos por la pastilla verde: es para el tratamiento de la artritis reumatoidea activa, mejora los signos y síntomas de la enfermedad y retrasa el daño estructural como las erosiones óseas. Deben tragarse con suficiente cantidad de agua. Hasta aquí, todo bien, ya que contribuye a la ingesta de dos litros diarios recomendada por la nutricionista. Pero vean esto: los efectos adversos asociados incluyen diarrea, alopecía, náuseas, vómitos, anorexia, alteraciones de la mucosa bucal, dolor abdominal, pérdida de peso, hipocaliemia, astenia, parestesia, alteraciones del gusto, aumento de la caída del cabello, eczema, piel seca y urticaria; raramente eosinofilia (¡menos mal!). ¿Qué tal? Tener dolores de estómago, o ir al baño más seguido, incluso andar rascándome todo el tiempo o quedar pelado, vaya y pase, pero no poder sentirle el gusto a unas mollejas o a buen cabernet sauvignon, es intolerable.

Lo de la pastilla blanca es livianito: contiene amlodipina, indicada para la hipertensión arterial y la angina vasoespástica, también llamada angina variante de Prinzmetal (¿no parece nombre de artículo de limpieza?). Los efectos secundarios más frecuentemente observados son cefalea, edemas en miembros inferiores, fatiga, náusea, rubor facial y vértigo. ¿No les dije que era livianito? Observen lo que sigue.

Le toca el turno al comprimido amarillo: podemos pasar por alto todo el rosario de bondades e ir directamente a lo preocupante. Dice que los médicos deben informar a los pacientes que durante el tratamiento puede disminuir el volumen de la eyaculación, al parecer sin interferir con la función sexual normal. ¡Al parecer!, manifiestan los fabricantes, evidenciando no estar seguros de nada. Y les pregunto a estos señores: ¿cuál es, a su criterio, la función sexual normal? Porque no he visto en el prospecto ninguna tabla indicativa de frecuencia. También pueden ocurrir impotencia y disminución de la libido, dicho así, distraídamente. Si ocurre primero la impotencia, ¿a quién le importa la disminución de la libido? En animales se reportaron adenomas testiculares (menos mal que entré de nuevo en la categoría de hombre). En ratas hubo una aparente disminución de la fertilidad y fecundidad. Entonces en lugar de gastar fortunas en raticidas ineficaces y aparatos ultrasónicos ahuyentadores, démosles a las ratas esta porquería y solucionemos el problema. El último párrafo no es menos exasperante que desesperante: dice que el medicamento es generalmente bien tolerado, los efectos adversos están relacionados con la función sexual en un 10% de los casos y se corresponde con impotencia en el 3,7%, disminución de la libido en un 3,3% y disminución del volumen de eyaculación en 2,8%. ¡Y dicen que es bien tolerado! ¿Por quién? ¿Por un eunuco? A quienes compren el medicamento deberían obsequiarle una boleta del Quini, porque no entrar en algunos de los porcentajes señalados es pura lotería.

Falta el bicolor. Dejemos de lado el palabrerío marketinero y vayamos al meollo. Dice que ante cualquier signo de hipotensión ortostática es conveniente que el paciente se siente o se acueste hasta que el mismo haya desaparecido. Y repregunto a los señores fabricantes: ¿que haya desaparecido quién, el síntoma o el paciente?

A esta altura ya no me importa que el director técnico del laboratorio me advierta que puedo tener minucias tales como cefalea, astenia, palpitaciones, congestión rinosinual o reacciones tales como eritema, prurito y urticaria. O que en muy raras oportunidades se me presente priapismo. Lo único que pido es que los vómitos y diarrea no sobrevengan simultáneamente con los trastornos en la eyaculación.

Bajo estas condiciones, no les deseo a mis amigos que sean hombres sanos, como quieren hacerme creer los doctores en medicina. Es más; creo que deberían dejar que la dichosa frase la digan los doctores en psicología?

 
Publicado por Jorge Nieva a las 07:00