Fin


Primera página : ?Todo lo que me perturba del mundo que me rodea y de mí misma, lo puedo hacer literatura?

Martes 10 de Octubre de 2006
?Todo lo que me perturba del mundo que me rodea y de mí misma, lo puedo hacer literatura?




Liliana Heker nos recibe en su domicilio en el barrio de San Telmo. Su estudio, prolijamente ordenado, es un cómodo escenario donde los libros cubren toda una pared, y la literatura parece el tema más propicio. Nos cuenta que en su adolescencia empezó una novela de diez tomos que nunca terminó, y que inventó un género que se llamaba túnguele (el cual, según la autora, no es ni novela, ni poesía, ni ensayo, ni cuento?).



¿Qué cosas le inspiraron esa atracción por el mundo de la literatura?

Me enamoro de la literatura muy tempranamente a través de la lectura. Desde antes de los seis años y de tener la herramienta, me recuerdo leyendo: me leían cuentos, y yo, de tanto escucharlos, me los aprendía de memoria, después abría la página y por las figuras sabía lo que estaba escrito ahí y simulaba leer. La lectura es una actividad que no me abandonó nunca. Tampoco me abandonó la imaginación: imaginaba historias donde yo solía ser la protagonista y me ocurrían cosas extraordinarias o terribles, que tenían un final más o menos dichoso. Me resultaba fácil escribir, me resultaba natural. Siempre me dio placer, de modo que no hay un propósito en mí, sino una facilidad. Era algo con lo que me podía expresar mucho mejor que a través de la oralidad. Aparece muy claro en una discusión con una profesora muy reaccionaria en la época en que se dio toda una terrible controversia entre enseñanza laica y libre. Yo tenía diferencias irreconciliables con esa profesora, pero discutiendo en voz alta no podía argumentar bien, sobre todo porque ella era la profesora y era muy autoritaria. Entonces escribí un texto bastante extenso contra la religión, lo leí en la clase, y ahí pude decirle todo lo que pensaba. La escritura nace como una necesidad, como una manera de canalizar ciertos desbordes de la adolescencia. Sólo cuando entro a la revista El Grillo de Papel y me vinculo con gente del mundo de la escritura, empiezo a preocuparme por el oficio y empiezo a ver la posibilidad de publicar y de ser leída por los otros. Ni siquiera hubo una gran expectativa respecto de eso, porque el primer cuento que escribí, se publicó. Casi se me dio todo al mismo tiempo: el escribir mi primer cuento, el verlo publicado, y el recibir la repercusión de la lectura.



¿Tiene algún método, algún rito, a la hora de sentarse a escribir?

Cuando fumaba, no me podía sentar a la máquina sin encender un cigarrillo. Y a veces encendía más de uno, tenía dos o tres sin darme cuenta, por supuesto. Cuando dejé de fumar me resultó muy difícil sentarme a escribir, incluso me llegué a plantear: prefiero morir con los pulmones destrozados que dejar la literatura; si no puedo escribir sin fumar tendré que volver a fumar. Luego me di cuenta de que el cigarrillo inicia una actividad que en realidad no empezó. Se empieza cuando uno escribe. De cualquier manera siempre doy vueltas antes de sentarme a escribir. Hay ciertas vueltas que tengo que dar, pero no es que tengan siempre un curso fijo. Muy difícilmente me siente a escribir si no tengo un mate. Mi gato Iván, que murió el año pasado, era muy escritor y se sentaba conmigo. Cuando yo estaba escribiendo, él estaba instalado en la mesa de al lado. Durante la escritura de El fin de la historia, una novela muy trabajosa para mí, daba vueltas. Me preparaba un mate, volvía, e Iván estaba en la puerta del escritorio, como diciendo: ?Bueno, acá estoy esperando que te decidas?. Y yo, después de pasar dos o tres veces, iba. Me daba la sensación de que era por el gato? Son todos rituales que uno va construyendo alrededor del acto de escribir, pero no son fijos. Por lo menos les escapo a las rutinas, no me gustan.



¿Ninguna rutina?

No cumplo ninguna estrictamente. El mate, más que una rutina, es una necesidad. Me gusta mucho.



Los actores describen el armado de un personaje como si fuera un proceso de investigación. Para un escritor, ¿es igual armar un personaje?

En mi caso, yo sé cómo son los personajes. Tal vez me cuesta más construir la trama. Normalmente en los cuentos tengo una situación mínima. El trabajo es alrededor de esa situación, que a lo mejor se puede enunciar en dos o tres líneas. Empieza a armarse con personajes concretos, que tienen escenas concretas, y tiene un punto de vista determinado. Todo eso que hace de una situación mínima una historia para contar, lleva un trabajo al que me voy acercando no necesariamente escribiendo. Voy armando esa historia mientras camino por la calle, al viajar en colectivo, cuando me despierto de pronto a la mañana. En una situación dada tengo al personaje, y en general es coherente, porque yo sé cómo es en profundidad. El que crea al personaje, en general, lo sabe.



¿Y el escritor debe armarse para sí mismo un personaje?

No, no es que deba armarse un personaje. Tal vez uno va armándoselo aunque no lo sepa o no se lo proponga. En muchos casos uno colabora, porque cuando yo te cuento episodios sobre el origen de mi escritura, estoy sin duda privilegiando ciertos momentos. Cuando valorizo ciertos episodios de mi infancia, estoy haciéndome una construcción mítica. Estoy, me lo proponga o no, construyendo un personaje conmigo.



¿Qué se siente frente a la traducción de un texto propio a otros idiomas?

Si entendés el idioma, podés sufrir horrores o fascinarte. El único idioma en el que puedo leer mis traducciones es el inglés, y tengo la suerte de haber sido traducida (por lo menos casi todos mis cuentos) por Alberto Mangel; me siento muy cómoda con esas traducciones porque son maravillosas. El fin de la historia lo tradujo una norteamericana, Andrea Lavinger, que me consultó muchísimo, y me gusta lo que hizo. En ese caso, es incluso muy grato leerse en otro idioma: uno lo lee de otra manera, como si fuera el texto de otro. De pronto me topo con la traducción de algún texto en inglés cuyo traductor no conozco, y me aterra saber las barbaridades que se pueden hacer, las diferencias feroces de interpretación. Tengo muy pocas cosas en francés pero lo entiendo, pude ver las traducciones y estaban bien hechas. No sé qué pasa en alemán ni en los otros idiomas. Mejor no enterarse, creo yo, porque puede cambiar totalmente el sentido de lo que uno está escribiendo.



¿Tuvo que hacer algún trabajo que no tuviera que ver con el mundo literario?

Yo estudié física, y durante bastantes años trabajé como profesora de matemática, física y química. También hice encuestas. Tuve trabajos bastante variados. Hice un curso de programación de computadoras y trabajé como analista programadora. Además hice traducciones, que al principio no tenían nada que ver con la literatura: el primer libro que traduje era sobre atletismo. No quiero pensar lo que puede haber sido un atleta tratando de guiarse por mi traducción para hacer el salto triple. Cuando a mí me echan de La Caja de Industria y Comercio por subversiva, se me empiezan a cerrar todas las puertas y ahí empiezo a dar talleres. Hago traducciones, empiezo a trabajar de la literatura y decido no trabajar nunca más en nada que tenga que ver con la física o la computación.



¿Cuándo está terminado un cuento?

Esa es una pregunta casi imposible de contestar. Llega un momento en que uno siente que hizo todo lo que podía, da la impresión de que eso funciona. Entonces uno decide. O por ahí se lo han pedido para publicar y lo da por terminado, pero tal vez lo lee unos meses después, se da cuenta que podía cambiar una palabra por otra. Lo que uno ha escrito nunca está terminado del todo, pero cuando está publicado, casi diríamos que ya pertenece a los otros. Salvo que se reedite, uno ya no lo puede intervenir. Entonces, uno lo da por terminado. Y está bien, porque si uno siempre estuviera buscando que es lo que se puede mejorar, no llegaría a publicar nada.



Con la novela pasa lo mismo.

Con la novela pasa exactamente lo mismo, pero todo es más largo. Por eso importa a veces la opinión de los otros. Porque cuando doy por corregido y terminado un texto y siento que funciona, se lo doy a leer a alguien cuya opinión, cuyo oficio me importan, y por ahí me señala algunos detalles que a mí se me escaparon. Entre el propio juicio y esa lectura de los otros, el texto puede resistir la publicación.



Es como fuerte ese momento, como si el cuento dejara de ser de uno.

Cuando uno lo publica deja de ser de uno. Pertenece al lector, que es absolutamente libre de leer ese texto como quiere. Uno habrá creído que le da un sentido determinado a un fragmento o a un final, habrá buscado ciertos efectos, pero se encuentra con un lector y se da cuenta de que a lo mejor valorizó otros detalles a los que uno no les ha dado demasiada importancia, o que hizo una interpretación distinta, de que hay ciertos matices que a uno se le escaparon o que para uno eran importantísimos y que para el lector no tenían la menor importancia. En el momento en que se publica, hay un acto de libertad entre el lector y el libro en el que un autor no puede intervenir.



Con todas las artes pasa.

Sí, absolutamente. Lo que sucede es que hay disciplinas artísticas que son en apariencia menos explícitas que la literatura: ni la música ni la pintura lo son. La literatura tampoco lo es, es un concepto erróneo creer que la ficción o la poesía son explícitas. El texto literario es ambiguo, y cuanto más ambiguo sea, cuanto más rico en significación sea, mejor va a ser.



¿Por qué no hay estudios sistemáticos en literatura, como los hay en lo que respecta a Bellas Artes?

En el caso de las artes plásticas, como ocurre con la música, un artista necesita tener una formación muy específica en las técnicas. Yo no puedo ser compositor si no conozco a fondo la herramienta, la escritura musical. Ocurre lo mismo, creo yo, en las artes plásticas. En cambio, la herramienta de la escritura la tiene cualquiera que no sea analfabeto. Todo lo demás se va aprendiendo de manera más desordenada y azarosa. No necesita un escritor la formación que tiene un artista plástico.



¿Y los talleres? ¿Ocupan ese lugar?

Los talleres, tal como yo entiendo el taller, ocupan el lugar que ocupaban esas reuniones en los cafés cuando yo me inicié, en los años 60. Los escritores jóvenes nos reuníamos porque sacábamos revistas literarias y el que traía un cuento lo leía. Todos lo demás lo discutíamos y lo criticábamos encarnizadamente. Esas críticas fueron las que nos ayudaron a ver nuestros textos y a corregirlos. Además constituían ese primer público lector. Uno necesita esa opinión de los otros. Con la dictadura militar, esa experiencia de escritores jóvenes reuniéndose en un café y sacando revistas literarias desaparece violentamente. Nosotros volvimos a sacar una revista en plena dictadura militar, pero a lo que no pudimos volver es a las reuniones en los cafés. Y si nos reuníamos dentro de una casa, nos reuníamos los que éramos. No era ese espacio abierto donde se encontraban jóvenes escritores a quienes no conocíamos. Entonces el taller no suplanta a la carrera de Bellas Artes, sino al grupo literario. Los escritores se forman en esos grupos.



¿El contacto con otros que escriben es necesario?

No es sólo el contacto con otros que escriben. Un escritor se va formando a través de la lectura, de su propia experiencia, de su propio choque con lo formal. Es bastante asistemática la formación, cada uno va siguiendo su propio camino. En general, hace falta el juicio de algún otro. Entonces el taller hace algo orgánico, permite el juicio de ciertos otros. Creo que el reunirse con los pares es estimulante, el grupo en general lo es. Salvo para la gente que es a-grupal, que no soporta al grupo. No es un juicio peyorativo, hay gente que necesita de alguna manera del grupo, que se enriquece en él, y otros que no, porque se irritan con una experiencia grupal. Una y otra manera son sin duda respetables.



¿Escribir es lo que más le apasiona?

No sé si es lo más apasionante: es lo que sé hacer. Tal vez si cantara muy bien me encantaría ser cantante, no lo sé, pero como no canto muy bien, nunca se me ocurrió. Pero sí, a mí me apasiona: todo lo que me perturba del mundo que me rodea y de mí misma, lo que me inquieta, lo que me maravilla, lo puedo hacer literatura. Y eso es una posibilidad que me da a mí la literatura y que por ahí a otros únicamente les sugiere imágenes visuales o música. A mí me sugiere palabras escritas, por eso no quiero hacer otra cosa.

 
Publicado por María Paula Lonegro a las 07:00