Fin


Primera página : No fueron rayos

Viernes 17 de Junio de 2005
No fueron rayos

El cielo de Junio y el entretejido de las calles de la zona ?densamente pobladas? con sus históricos edificios, configuraban un bloque gris plomo en ese mediodía del jueves dieciséis.

La escribanía Pano, en la que yo trabajaba, daba sobre la avenida de Mayo al seiscientos.

Asomada al balcón del tercer piso ?tercero y último? calculaba si la amenazante lluvia me daría tiempo para llegar sin mojarme al primero de los bancos que debía visitar. Lo vi a Chachi ?el escribano José Manuel Pano? apresurando el paso por la calle Perú, en busca del subte que lo llevaría a su casa en Palermo. Todos los días, a las doce y media, cumplía con ese ritual. Para mí era el indicio de que en diez minutos yo también tendría que estar saliendo.

Por la mañana los noticieros habían anunciado que la fuerza aérea rendiría un homenaje al general San Martín. Varias escuadrillas sobrevolarían la Catedral, donde aún hoy están depositados sus restos.

?Alicia ?le dije a mi prima, que trabajaba conmigo?, me voy antes de que empiece a llover.

?Ojalá tengas suerte ?me deseó tirándome un beso.

¿Suerte? Vaya si la tuve...

Con apuro me puse el impermeable, tomé el paraguas y el portafolio y retoqué el peinado frente al espejo del perchero. Oí los inconfundibles motores de los aviones que se aproximaban. Parece que la bruma y la poca visibilidad no les impide realizar el homenaje, pensé. Pero en ese instante me paralizó un estruendo que hizo temblar el edificio.

Alicia y Alberto habían saltado de sus asientos y venían hacia mí.

?¿Qué pasa?

Corrimos al balcón.

 ?¡Son rayos! ?dije yo al ver los fogonazos que se sucedían uno tras otro sobre las veredas y el pavimento.

Nos sorprendió entonces la aparición de aviones de guerra que, en vuelo rasante, se dirigían hacia la Plaza de Mayo.

Enseguida me quedó claro que lo que estallaba en el piso no eran rayos: ¡eran bombas! ¡Y las arrojaban nuestros aviones...!

De pronto las calles parecieron ejecutar la orden de ¡acción! de un frenético director de cine: las cortinas metálicas de los negocios se bajaban a toda velocidad, de la misma forma se cerraban las puertas de los edificios en los que la gente, gritando, empujándose, dándose puñetazos, pugnaba por entrar. Todos querían escapar de eso tan diabólico que, inexplicablemente, venía del cielo.

Los conductores de coches y colectivos ?ignorando a los peatones que en su desesperación corrían para no ser atropellados?, aceleraban al máximo sus vehículos y los hacían retroceder, avanzar, meterse de contramano, subirse a las veredas.

Era un infierno: los golpes de las persianas de los negocios, los gritos de horror de la gente, el chirrido de los neumáticos, el rugir de los aviones, la rítmica descarga de las ametralladoras y el estruendo de las bombas que caían de continuo y en cualquier lugar.

Entre el caos, pudimos distinguir a Chachi. Sin haber logrado llegar al subte, cruzaba corriendo la avenida de Mayo.

?¡Abrime la puerta, Coy!? gritó al vernos en el balcón.

Coy ?el escribano Alberto Pano, hermano menor de Chachi?, tomó las llaves y bajó los escalones de dos en dos. Al abrirse la puerta, entraron atropelladamente varias mujeres que, aterrorizadas, con chicos en brazos, rogaban por un rincón en el que refugiarse.

?Chachi, ¿qué está pasando? ?le preguntó Alberto a su hermano mientras subían por las escaleras.

?Una sublevación en contra del gobierno ?explicó Chachi sin aliento?; aviones de la Marina están bombardeando la zona. El objetivo es la Casa Rosada.

?¡Pero es una locura! Las bombas caen por todos lados...

Y sí. Fue una verdadera locura bombardear una ciudad como si hubiésemos estado en guerra, pero sin atender las consignas que se imponen en esos casos. Recuerdo que durante la Segunda Guerra Mundial, ante la amenaza de un bombardeo aéreo, se hacían sonar alarmas para que la gente pudiera acceder a los refugios. Además se había convenido respetar ciudades. Roma, por ejemplo, fue declarada ciudad abierta para protegerla de la destrucción.

Nos empezaron a llegar noticias: el Ministerio de Hacienda era ametrallado sobre el ala que daba a Paseo Colón. Las balas que se incrustaban en el granito de sus paredes, habrían de quedar ahí durante años como testimonio del aberrante ataque. Muchos de los que se habían asomado a las ventanas fueron arrasados por la metralla. Mi primo, Mariano Mei, era Director de Hacienda; yo temí por su vida. Después supe que, junto con otros empleados, pudo llegar desde el subsuelo del Ministerio hasta la estación del subte ?A?, a través del túnel que los comunicaba.

Los aviones aumentaban en número, y volaban tan bajo que parecía que iban a entrar por las ventanas.

?¡No vayan a errar la puntería, muchachos! ?bromeó nerviosamente Chachi tratando de distendernos.

Al estruendo de los motores, las ametralladoras, las bombas, se unieron las estridentes sirenas de las ambulancias y las autobombas. Nos abrazamos los cuatro, y así nos quedamos, temblando y mirando al cielo, rogando para que esa locura terminara de una vez.

Con gran dificultad fuimos consiguiendo línea para comunicarnos con nuestras familias.

?Mamá ?le dije, nerviosa? ni se te ocurra venir al centro. ¿Sabés lo que está pasando?

?¡Ay Nelly, sí, y estoy muy asustada por vos y por Picho, del que no sé nada! Aquí en Devoto no tenemos problemas, pero las noticias son terribles: hay un montón de muertos en la zona de Plaza de Mayo, una bomba cayó sobre un micro de escolares...

Un sollozo le cortó la voz

?Tranquilizate, mami ?dije tratando a aparentar convicción? pronto saldremos de aquí.

Hubo un momento de calma. ¿Sería el fin de los ataques o sólo una tregua?

De pronto a toda velocidad empezaron a pasar por la avenida de Mayo jeeps del ejército. Lo primero que me vino a la mente fueron los documentales sobre los campos de concentración. Sólo que aquello lo había visto en una película y lo que estaba viendo ahora era una indiscutible realidad. Cuerpos con horribles mutilaciones habían sido amontonados o, para ser más precisa, desparramados unos sobre otros. Los jeeps se dirigían a la Asistencia Pública, en Esmeralda y Rivadavia, el único lugar cercano para poder atenderlos.

O, simplemente, para extenderles el certificado de defunción.

Corrí al baño y vomité; durante cuatro años reviví esas escenas en recurrentes pesadillas.

Volvieron los aviones con sus vuelos rasantes sobre nuestras cabezas.

?Estemos atentos ?indicó Chachi?. En cuanto se calme la cosa aprovechamos para salir. Caminaremos hacia Carlos Pellegrini para tratar de encontrar alguna estación del subte que no haya sido cerrada todavía.

 ?¡Bajemos ya! ?decidió Coy.

Todos estuvimos de acuerdo.

El bombardeo sobre el centro de Buenos Aires había empezado a las doce y cuarenta, y ahora eran las dos de la tarde.

Desechamos el ascensor y casi volamos por las escaleras.

Empezábamos a calmarnos, cuando nos sobresaltó el ruido de otra escuadrilla de aviones, siempre en vuelo rasante.

Nos quedamos paralizados, esperando.

?Dios mío, ?dije al borde del llanto? ¿cuándo terminará este horror?

Llegamos a la calle.

Apretados unos contra otros, bien arrimados a la pared, comenzamos a correr hacia Carlos Pellegrini. Jadeantes, sin aliento, divisamos por fin la entrada del subte.

Eran las cuatro cuando llegué a Devoto.

Eduardo, mi hermano, había hablado desde la Casa de la Moneda, donde trabajaba. Apareció a las diez de la noche. Se había venido caminando desde Puerto Nuevo, ya que no andaban ni trenes ni colectivos.

Nos pegamos a la radio. Las noticias daban cuenta de las atrocidades de ese 16 de junio de 1955 llevadas a cabo para derrocar al presidente Perón, un hombre amado y odiado por igual.

Se contabilizaron más de trescientas víctimas fatales y alrededor de seiscientos heridos, en su mayoría civiles.

Esa noche la ciudad mostró sus heridas a la luz de las llamas que, con impiadosa voracidad, consumían los altares y las imágenes de nuestros centenarios templos.

Fue una respuesta de odio demencial, a otro de igual naturaleza.

Tres meses después, el 16 de Septiembre de 1955, mediante negociaciones tendientes a evitar nuevos actos de violencia, se produjo lo que en aquel día, a pesar de tanto horror, no pudo lograrse.

 
Publicado por Nelly Pantuliano a las 07:00