Fin


Primera página : Liliputienses

Martes 22 de Marzo de 2005
Liliputienses

Verano de 1936. Mamá me viste con mis mejores ropas. Como a ella, sólo me faltan el sombrero y los guantes.

?¡Por fin! ?digo al escuchar el motor del coche de alquiler que papá fue a buscar, junto con mi hermano, para salir a pasear todos.

Los coches de alquiler eran los taxis de hoy. Pero... ¡tan diferentes! Por techo tenían una capota de lona gris, que hacíamos bajar para tomar fresco durante el viaje. En la parte trasera, frente al asiento para tres personas, había otros dos, rebatibles. En esos, por pedido de mamá, se ubicaban papá y mi hermano. ?Para no arrugar nuestros vestidos?, decía ella, y su argumento era inapelable. En aquellos años, Buenos Aires no era tan poblado ni tan vertiginoso, y los coches de alquiler se usaban especialmente para pasear.

El destino elegido hoy es el balneario. Ahí disfrutaremos con los juegos y con lo que más me gusta: los espectáculos que comienzan al anochecer. Como siempre, papá le indica al chofer que conduzca muy despacio por la Costanera. ¡Nos encanta mirar el río! En el puerto nos detenemos para ver los barcos: algunos recién arribados y otros listos para partir. En cualquier caso, suenan estridentes sirenas. Los familiares y amigos ?tanto de los que llegan como de los que se van? saludan con pañuelos blancos, que a veces acercan a los ojos. Me parecen palomas revoloteando sobre la gente. Algunos marineros apoyan una larga escalera en la parte alta del buque recién entrado:

?Ahí está la cubierta ?nos explica papá.

Los viajeros acodados en la baranda sollozan nombres cuando descubren a parientes o amigos entre quienes fueron a esperarlos.

?¿Por qué esa tabla entró en la panza del barco, papi?

Un montón de hombres grandotes bajan rápido por la tabla y salen enseguida cargando un bulto sobre la espalda.

?Son estibadores ?se apura a contarme Picho, mi hermano, dándose aires de sabelotodo?. Se meten en las bodegas para sacar la mercadería que vino en el buque. Y agrega?: Mirá, aquel barco, es sólo de carga y debe estar por salir.

?¿Y vos como sabés? ?pregunto, burlona.

?Porque los estibadores llevan las bolsas de cereales que les vendimos a otros países. Por eso ?le veo un brillo maligno en los ojos?. De paso ?dice?, te aclaro que el buque tiene casco y no panza.

?¡Ufa, cuándo voy a ir a la escuela! ?protesto. ¡Yo quiero saber cosas como él!

?¡Envidiosa!

?Bueno, sin pelear... ?nos reprende mamá.

Por aquellos tiempos los porteños vivíamos el río. El agua no estaba contaminada y aprovechábamos el balneario y además nos divertíamos con los múltiples espectáculos o participando en los diferentes juegos: la vuelta al mundo, los avioncitos, los autitos chocadores, el tiro al blanco, el tren fantasma, la montaña rusa.

?Sos muy chica para estos juegos ?me decía papá? y allá se iban él y mi hermano, que no se perdía ninguno.

No me importaba: yo disfrutaba mucho más con las exhibiciones.

?Nena ?me previene mamá?, se te va a romper el cuello de tanto estirarlo.

Con los ojos y la boca muy abiertos, espero que el hombre flaco como patas de garza, cubierto con una malla negra, se tire desde la torre de veinte metros. Debe apagar con su cuerpo las llamas de la superficie del tanque.

?¡Lo hizo! ?grita mamá, y todos aplaudimos cuando lo vemos emerger.

?Vamos a ver al hombre bala, mami.

Y corremos para no perdernos nada: cuando lo meten en el cañón, cuando lo cierran, cuando le encienden la pólvora y cuando... ¡zas!, sale disparado. Creo que va a llegar al cielo, pero no: unos metros más allá, cae sobre una larga red.

Mamá está pálida. Sé que le impresionan estas cosas. Pero se las aguanta por mí.

Ahora le toca al que arroja puñales alrededor de una mujer. La chica, parada con los brazos abiertos, viste una resplandeciente malla, como de oro. Me asusto, pero no renuncio a verlo.

?¡Ay, Dios mío! ?grita el público cada vez que un puñal se clava a milímetros de la cabeza. Cierro los ojos, y los abro recién al oír los aplausos. El cuerpo de la mujer ha quedado dibujado sobre la madera con veinte puñales.

?Ahí vienen papá y Picho, mamá.

Nos vamos los cuatro a tomar unos refrescos y a comer unos ricos sandwiches.

?Nena, ahora vas a ver algo que Picho conoció cuando tenía más o menos tu edad. Es como un cuento, te va a maravillar.

?¿Qué es, mami?

?Son los liliputienses.

?¿Qué son esos lipu...?

?Son enanitos, como los de Blancanieves ?me dice mi hermano con ese tono de suficiencia que tanto me fastidia? y se llaman li-li-pu-tien-ses.

En un gran espacio muy iluminado habían reproducido una casa como las del país de Liliput.

Aquel día se comprometía una pareja de novios, y estaban de fiesta.

Jamás olvidé lo que vi. Incluso hoy puedo hoy describir la vestimenta de cada uno: el traje de la novia, de tul rosado, pollera muy fruncida y armada, que dejaba ver los diminutos zapatos de seda del mismo color, el escote a ras del cuello y las mangas cortas y abuchonadas. El novio vestía uniforme militar. Una invitada, joven y de ojos azules, había elegido un vestido turquesa y un casquito de raso al tono, con el que sujetaba los bucles de su pelo rubio. Sobre los ojos flotaba un trozo de tul, de acuerdo con la moda.

Los enanos mozos iban y venían llevando con habilidad las bandejas cargadas de copas de champán y de platos con exquisiteces. Los novios, sus parientes y los invitados, charlaban animadamente, reían y bailaban valses y foxtrots. Fascinada, no podía apartar mis ojos de ese espectáculo.

Por los cuentos que mamá me contaba, tenía una idea con respecto a esos seres. Pero... ¡verlos! ¿Cómo entender que algunos, siendo tan pequeños, tuvieran la edad de mi abuela?

Todo lo que usaban parecía de juguete: las camas ?que podían verse en los dormitorios apenas iluminados?, los sofás y las sillas de la sala, la mesa ?cubierta con un mantel de encaje blanco no más grande que una mantilla?, las copas, los platos, los cubiertos, la centelleante araña de cristal. Todo todo, lo quería para mi casa de muñecas.

?Vamos, nena ?la voz de mamá me vuelve a la realidad?. La fiesta está terminando y pronto se apagarán las luces.

Como en un sueño los oigo a ella, a Picho, a papá: ?¿Te gustó?? ?¿Qué te pareció??

?Hablá, nena: ¡te quedaste muda!

Los liliputienses...

No puedo pronunciar palabra.

Ni quiero.

 
Publicado por Nelly Pantuliano a las 23:40