El
hiperrealismo en la poesía de Bukowski
Por Emmanuel
Taub
altovuelo@elaleph.com
Poema
de amor para una bailarina de strip-tease
50
años atrás yo miraba a las chicas
sacudirse y desnudarse
en el Burbank and the Follies
y todo era muy triste
y muy dramático
mientras la luz iba del verde al
púrpura y al rosa
y la música estaba fuerte y
vibrante,
ahora me siento acá esta noche
fumando y
escuchando música
clásica
pero todavía recuerdo algunos
nombres: Marlene, Candy, Jeannette
y Rosalie.
Rosalie era la mejor,
sabía hacerlo,
y nosotros nos retorcíamos
en nuestros asientos y
emitíamos sonidos
mientras Rosalie traía la magia
para los solitarios
hace tanto tiempo.
ahora
Rosalie
estarás muy vieja o
muy quieta bajo la
tierra,
éste es el pibe
que tenía acné
y mantenía la edad
sólo para
mirarte.
eras
buena, Rosalie
en 1935,
lo bastante buena para recordarte
ahora
cuando la luz es
amarilla
y las noches
son lentas.[1]
Cínico.
Extremo. Bajo la propia carne, en el propio cuerpo. La mirada poética
de Bukowski es la mirada cruda de la realidad más viva. Es el "yo"
poético del hombre sin disfraces, sin tapujos: el hombre que ve
en el mundo un mundo que decae, pinceladas del naturalismo más
extremo.
El hiperrealismo implica que el propio sujeto individual no es considerado
originariamente como un ego espiritual, que hace epojé cartesiana
de los cuerpos ajenos («como si fueran autómatas»)
y se recluye en el fuero interno de su cogito, homogeneizando, a título
de "sensaciones" o pensamientos. El ego cartesiano es,
en efecto, un subproducto de la vida urbana, un sujeto que habita en un
recinto encristalado y caldeado por una estufa: un ego cuya epojé
queda en ridículo cuando lo enfrentamos, aunque sólo sea
en una selva imaginaria (tan imaginaria como el mismo cogito),
con un oso que le salga al paso.[2]
Bukowski representa la independencia máxima del ego ante lo otro:
lo demás. Y este alejarse de, estar afuera de, le permite
la inspección de lo demás, bajo un manto de cinismo
e ironía. Bukowski es la selva imaginaria y el oso que sale al
paso, pero también es el hombre desprovisto de tiempo para escapar,
frente al oso.
Los versos de este poeta de la calle, de los suburbios, representan la
marginalidad en sí del vocabulario mismo. No es extraño
encontrar en su lenguaje literario palabras como: "coger", "putas",
"supermercado", "basurero" o "laburo" (como
traducción al castellano de job).
"no traigan más una puta por acá", les digo
a
mis pocos amigos, "me voy a enamorar de ella".
dice
en el poema "Chicas tranquilas y limpias con lindos vestidos
"
Es
esta mirada ácida del amor y las experiencias de una existencia
transitada a través de las anteojeras del alcohol, la violencia
y los prostíbulos, lo que nos propone en su poesía. Y lo
que transforma su prosa en una mixtura de sensibilidad y agresión
del lenguaje.
A
través del cinismo, logra, sin saberlo, traspasar la barrera del
Realismo. Bukowski es el hiperrealismo, es la máxima expresión
de la realidad que lo rodea y a la cual pertenece. No debe suponerse que
es una víctima de esta situación: él ama el lugar
donde vive y se expresa; es ahí donde aparece el hiperrealismo,
el cinismo de mostrar. La experiencia del goce es lo que lo introduce
en este mundo de faltas y transgresiones. Gozar de la marginalidad, gozar
del alcohol, del amor pasajero y de la pobreza, implica para Bukowski
sufrimiento y placer.
Lo
que llamamos apariencia, en resolución, no consistirá tanto
en la presencia de lo que no es, cuanto en la ausencia sensible de lo
que es y actúa [3]. Bukowski no recae en apariencias, él
re-presenta: aparece y enseña la realidad en su límite más
extremo. Por eso hay que hablar, en lugar de realismo o de idealismo,
de hiperrealismo, porque es la negación del vacío como no
ser.
Creador
de una literatura provocadora y sórdida, cargada de gran emoción
y sentimientos, no es casualidad que sus primeros poemas los haya escrito
a la edad de treinta y cinco años. Experimentó la existencia
misma, la línea que muchas veces debe de haberlo dejado a unos
centímetros del vacío: penetró la existencia de lo
acabado y lo inacabado.
Bukowski nos dejo la sensibilidad del dolor. Palabras que expresan el
amor perdido, vivido y dejado. La vida en los clubes, en los bares. Una
vida a través de una botella de alcohol, la palabra exacta en el
límite de la belleza de un beso o un acto sexual. Bukowski no tuvo
problemas en decir y contar lo que veía y vivía como lo
veía y vivía. Y si alguna vez mintió, fue solamente
para mostrarnos que lo bajo, que lo profundo de la decadencia del hombre
puede ser bello y doloroso
y ponernos la piel de gallina.
Zapatos
cuando sos joven
un
par de
zapatos
de
mujer
con
taco alto
puestos
solos
en
el ropero
pueden
encender
tus huesos.
cuando sos viejo
es sólo
un par de zapatos
sin
nadie
adentro
y nada
más.[4]
Notas
al pie de página
[1].
Charles Bukowski; POEMAS 2. Edición Bilingüe; Editora AC;
1995.
[2].
Pelayo García Sierra; DICCIONARIO FILOSÓFICO; 1999; www.filosofia.org
[3].
Ibidem.
[4].
Charles Bukowski; POEMAS 2. Edición Bilingüe; Editora AC;
1995.
Palabras
Diablas
Por
Pablo Forcinito
altovuelo@elaleph.com
Lenguajes
que se vuelven cuerpos. Cuerpos que se vuelven paisajes. Cuerpos que se
buscan en los paisajes que forma el lenguaje. A esa región nos
conduce la obra de la poeta Graciela Nidia Aráoz.
Nacida en Villa Mercedes, San Luis, en esa provincia vivió hasta
recibirse de Profesora de Letras. Después, un posgrado en Madrid,
y un enriquecedor viaje por diferentes países del mundo. Y al fin,
Buenos Aires.
Su primer libro de poesías fue Equipaje de silencio (Botella
al Mar, 1982). Luego llegó Itinerario del fuego (Grupo Editor
Latinoamericano, 1991), obra con la que en 1989 había obtenido
en España el Segundo Premio Carmen Conde. Diabla (Ediciones
Último Reino, 2001) es su último libro. A este pertenecen
los poemas que acompañan el reportaje.
La poeta, su aldea, sus búsquedas son algunos de los temas que
surgieron en el encuentro. Pero ahora escuchemos a Graciela, que nos cuenta
Desperté
una mañana llovida mi memoria
caminando a una casa
donde había una morera, una damasco, que eran mías.
Ésta
era una casa con un patio muy grande
donde mi padre cuidaba de infinitos canarios,
calandrias y zorzales y teros.
Ellos eran el hermano que yo no tenía
y jugaba a inventarles silencios en el viento.
Me sentaba igualmente a escribir en el aire
esa luna que veía entre árboles.
Y en esta
ciudad en que la música se esfuma
en el río inmenso,
ese hombre aún me dice:
"Escuchá, allí está la calandria".
Tiene los
ojos más húmedos que mis ojos han visto,
por su canto de los pájaros sabe
y por el recuerdo vuelve a hacerse mía
la casa que ya no es mi casa.
Pablo
Forcinito: Quedémonos un rato en ese lugar, la casa. ¿Qué
pasaba entonces entre vos y la poesía?
Graciela
Aráoz: En esa casa fui haciéndome lenguaje, veía
transformarse la luna, crecer el río, oía los trenes que
se despedían. En esa casa me enamoré del silencio, del canto
de los pájaros, de la música del cielo.
Podría convertirse, en este presente, en la casa símbolo
donde se enredan los sentimientos y los seres reales como si fueran mitos.
Mi infancia creció
en el desdén orgulloso de esas serranías.
Hoy la busco
en una ciudad secreta.
¿La
busco o me busco en el gesto antiguo
de las máscaras?
En la memoria
calcinada de nieve
para que el castigo del olvido florezca
como un jardín que crece hacia dentro en la piedad
del infierno y la alucinación del cielo.
Soy esta
sombra que en su misma sombra
persigue lo oculto de la luz.
Sí,
esta sombra que se esfuerza en la tenaz sabiduría
de los bordes,
donde cosió el dolor a ciegas.
Ahora me
abro.
Desanudo en los sueños los pasos de gigantes,
de sapos y tortugas coloradas
que me ataron a este pueblo de historias malditas
abriéndome otra vez en las palabras.
Dejo que
la sombra me atraviese
con la soberbia del cuchillo
y con la sangre seca devaste,
y mire en el revés del agua.
P.F:
¿Creés que de no haber pasado tu infancia en Villa Mercedes
hoy escribirías de la misma manera?
G.A:
Pienso que la naturaleza condiciona a quien escribe. Seguramente, de no
haber nacido en ese ámbito, mi poesía sería tan otra
como otra sería yo.
El paisaje es nuestro ser. La mujer, el hombre son el paisaje: ellos cuentan
lo que vieron sus ojos, lo que respiraron sus manos.
Cuando digo paisaje, de ninguna manera pienso que signifique folclore,
literatura regional, literatura paisajista, sino que filosóficamente,
existencialmente, el ser humano es un paisaje, y como tal se extiende
en el universo.
Porque, en definitiva, el ser humano y su poesía son la experiencia.
Una mujer
llora en la cocina. Detrás
del olor a locro.
Macera la carne con limón
y con su inefable tristeza.
Las lágrimas
caen en la espuma de leche
que se derrama hasta la indolencia.
El aire se
vuelve tan oleoso que debería irse
y apagar el día.
En la cocina
una mujer se parte viva,
se corta los dedos, desangra.
El dedo va a la boca.
El dolor
está detrás
del hilo dormido que se secó en el vientre,
detrás de aquel humo que se llevó el después.
Detrás, siempre y detrás de todo.
Cuando los
olores se mezclan
ella destapa las cacerolas.
Es la única que se queda enjuagando el día
hasta que vuelva a ser.
Una mujer
en la cocina.
P.F: ¿Qué podés contarme de tu llegada a Buenos
Aires? ¿Significó algún cambio en tu vida?
G.A: Todo cambio de lugar implica un cambio de mirada. Todo cambia,
todo gira. Cambia la perspectiva. En definitiva, como te decía,
cambia la mirada.
Buenos Aires me ha dado y me quitado cosas, porque así es la existencia.
Pues todo cambio significa una nueva asunción en la vida, un re-instalarse
y allí dejarse ser.
P.F:
Alguien dijo que el poeta existe para decir lo que sin él no podría
decirse. ¿Qué cosas pensás que sin vos no podrían
decirse?
G.A:
Es muy difícil decir qué puede la poeta -si es que puedo
definirme como tal- Graciela Aráoz ofrecerle a quien lee. Me parece
que eso lo tienen que decir los y las que leen.
Tal vez me gustaría decirles que no miento, que mi poesía
está construida desde la verdad. Que me desvisto y transito. Sólo
eso.
"La poesía debe tener por fin la verdad práctica"
dijo en un título Paul Eluard, que nos permita, quizás,
transformar la realidad.
Escribo desde mi cuerpo, "el lenguaje es mi cuerpo" digo en
Itinerario del fuego.
El universo, el amor, el dolor son atravesados primero por mi cuerpo,
luego, por la palabra.
Cada palabra es un cuerpo que respira, siente, se ahoga, grita y también
se muere. Intento que mi palabra se desangre, pero no muera.
El cuerpo es el conocimiento, "porque el mirar, si profundo, quiebra
el vidrio" dijo el poeta español Ángel García
López.
El ser está
en la carne misma del lenguaje.
Escribo este
libro sin escribirlo.
El alfabeto, es un infinito imposible,
se convierte en mar. Un abismo
donde la dinastía del agua no fluye.
El vientre
respira sílabas y los pechos
guardan sólo una consonante
¿imposible-imposible?
La garganta,
las manos, los pies,
todo mi cuerpo
es una letra extendida, esperando.
Palabra,
vienes enredada entre pétalos de arena.
Vienes y te vas como una reina africana
dejándome sólo tu sombra.
Has tatuado
mi lengua con números.
Has horadado
sin jazmines, letra a letra,
Mis nombres.
Y yo sólo te respiro. Sólo te busco. Ciega.
Te pronuncio,
pero te escribo.
P.F:
Y cómo lectora , ¿qué buscas en la poesía?
G.A:
Como lectora necesito conmoverme. Como dijo Emily Dickinson: "Si
siento físicamente como si me saltasen la tapa de los sesos, sé
que eso es poesía".
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