Por
Marcelo Choren
quehaydenuevo@elaleph.com
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Usted
no me lo va a creer de Roberto Fontanarrosa
Ediciones
De la Flor - 2003
300 pgs. $15
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A pesar de los altibajos del libro, en esta nueva antología de
cuentos del brillante "Negro" Fontanarrosa* hay momentos en
que las imágenes literarias parecen el guión de un Woody
Allen rosarino: en la frontera de la metafísica, jugando con un
humor absurdo, de entrecasa, se advierte su agudeza de observador de nuestra
realidad.
Al leer a Fontanarrosa caminamos sobre la delgada cuerda de la verosimilitud.
Las distintas tramas -hechas, por cierto, de grotescos contrastes y una
textura muy "argentina"- van envolviendo al lector, haciéndolo
participar de situaciones en las que el delirio es lo común. "El
reno de oro" narra la aventura de un rey vikingo que recuerda la
anacrónica aparición, en los fiordos noruegos, de un imposible
José el Antillano. "Pilín y Bernarda" muestra
a un capitanejo vernáculo deseoso de recuperar a su cautiva y
estudiar agronomía.
Pero no todo es humor; el extraordinario "Caza de brujas en La Pampa"
comienza con una inofensiva -en apariencia- cacería de hechiceras,
para adentrarse en una historia en que lo siniestro y lo fantástico
zigzaguean entre cortaderas y matas de yuyos, listos para saltarnos a
la cara.
Los textos mencionados justifican por sí mismos al resto de la
producción, un tanto irregular.
*Nació en Rosario, Argentina, en 1944. Entre sus obras citamos
las antologías de cuentos Los trenes matan autos y El mundo ha
vivido equivocado; las novelas Best seller, El área 18 y La gansada.
Es, además el creador de Boggie el Aceitoso e Inodoro Pereyra.,
dos de los personajes más representativos de la historieta argentina.
Participación
especial de Marcelo di Marco
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Consumidor
final
de Pedro Mairal
Buenos
Aires, Bajo la luna nueva
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Consumidor
final
de Pedro Mairal
Buenos Aires, Bajo la luna nueva.
(cinco obreritos)
Después de un "paréntesis narrativo" durante
el que no le fue para nada mal -en 1998 ganó el Premio Clarín
de Novela por Una noche con Sabrina Love, y en 2001 publicó el
libro de cuentos Hoy temprano-, Pedro Mairal vuelve a su primer amor,
la poesía. Si Dashiell Hammett tiene razón cuando afirma
que la claridad es uno de los logros más altos a los que puede
aspirar un escritor, estamos en condiciones de afirmar que Mairal es un
escritor con todas las letras. Y la sencillez de su diáfano estilo
no va en desmedro de la garra poética, sino todo lo contrario:
su voz certera y delicada y viril le sirve para llegar al corazón
del lector y detenerse allí y desgarrarlo / engrandecerlo a gusto.
Cada episodio cotidiano que se desparrama en las páginas de Consumidor
final se ve trascendido por la mirada del poeta. El aprovechamiento del
espacio de la página es inmejorable, y los sutiles encabalgamientos
le permiten a Pedro desplegar toda su música, que nos va envolviendo
página a página. Amantes desahuciados, estudiantes de latín
y bellas artes, comensales y viejitos en bici van calentándonos
el alma con un tono narrativo y confesional: el lenguaje de todos los
días condensado a presión, exprimido, llevado más
allá por el talento de Mairal. Atención, lectores imberbes:
Consumidor final es un libro de poemas que puede introducir en la poesía
a quienes todavía no descubrieron el arte de leer poesía.
A no perdérselo.
Participación
especial de Marcelo di Marco
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Buick
8, un coche perverso de Stephen King
Buenos
Aires, Plaza & Janés
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Desde
un tiempo a esta parte, los súbditos del Rey Stephen estamos de
capa caída. ¿Dónde fue a parar el autor de novelas
tan intensas como La larga marcha, El resplandor, La hora del vampiro,
Misery, El pasillo de la muerte? Sin lugar a dudas, Stephen King quedará
en la historia de la literatura estadounidense como el gran renovador
del género fantástico en el siglo XX (en mi opinión,
acaso discutible, es muy superior a su compatriota, el sobredimensionado
y explícito H. P. Lovecraft). Pero últimamente las cosas
no le están saliendo lo bien que deseamos los muchachos del fandom.
La vacuidad de Buick 8 confirma todos sus recientes desaciertos, y nos
hace extrañar la exactitud de sus primeros relatos. Nada menos
que dos décadas posterior a Christine, esta noverla parece un pálido
ejercicio, un torpe borrador de aquella gran historia: del Buick en cuestión
-un engendro de otro mundo, en más de un sentido-, más precisamente
de su baúl, van saliendo un montón de bichos de todo tamaño
y forma, a cual más grotesco, y el cuerpo policial que lo custodia
se rompe el coco durante años y años tratando de saber de
dónde provienen todas esas aberraciones. Al lector le pasa lo mismo,
pero sin los goces de la intriga: mientras el autito en cuestión
se estaciona página tras página, convirtiéndose en
una especie de galera de mago que escupe mierda de todos los colores,
el relato no avanza, como si estuviera frente a un eterno semáforo
en rojo. Y lo peor es que nos queda la desagradable sensación de
que la historia podría haberse contado en unas quince o veinte
páginas. Confieso que este libro, al menos como objeto, tiene para
mí un valor extraliterario: conociendo mis gustos, me lo regaló
mi mejor amigo con su primer sueldo. Y la circunstancia personal me hace
lamentar más todavía tanta pérdida de tiempo. Un
desperdicio. Del Buick de King, mejor bajarse en la esquina más
cercana, y esperar que nuestro autor retome el buen camino.
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